El pintor catalán, Sergi Barnils, reflexiona sobre la capacidad del arte plástico para transmitir la espiritualidad sin la necesidad de caer en el concrecionismo. Su obra sigue encontrándose entre las delicias de muchos marchantes italianos.
Acaba de sacar las gafas de la funda y se las cuelga al cuello. Permanecerán ahí durante toda la entrevista. A Sergi Barnils (Bata,1954) le gusta hablar de arte. Se le nota comprometido con su oficio y pasión, sentado detrás de una taza de café mientras habla con gestos inquietos, tocando todo el rato la taza y la grabadora. Compromiso que demuestra no solamente su sensibilidad dialéctica al respecto, sino también la pintura verde que tiene en las uñas. Entre otras muchas cosas, es cristiano de conversión y abstracto por evolución. Aunque también ha organizado algunas exposiciones en Cataluña, de donde es y donde reside, su obra pictórica es muy cotizada entre algunos de los principales marchantes italianos y cada año organiza entre dos y tres muestras en el país de la tradición artística. “Tienen mucha sensibilidad para el arte”, defiende.
Barnils es creador de un arte que ha despertado inquietudes en una sociedad, la italiana, pero que, hablando de la fuerza y la vitalidad de Dios, se ha encontrado, dice, “huérfano” en la Iglesia. Por eso su clamor se centra no en el reconocimiento artístico, sino en experiencia espiritual mediante el trabajo manual, en su caso, inspirado. “Es muy significativo para mí que Jesús quisiese nacer en una familia artesana y no hay ninguna duda de que en el taller de José se hacían las cosas bien hechas”, manifiesta.
Pregunta. Comencemos por el principio. ¿Por qué la pintura?
Respuesta. Todo esto viene de unas capacidades que recibimos. Lo que pasa es que después se tiene que trabajar mucho. Pero creo que Dios da unos talentos para el arte y ya van apareciendo desde pequeño. En mi caso fue así. De pequeño, en el colegio, me dieron un premio de arte a nivel nacional, en el año 1964. Esto fue un aviso a navegantes. Los profesores de la escuela se fijaron en mí y me estimularon. No hay casualidades. Esto se va encadenando. Había un departamento de arte, que lo llevaba Francesc Casademont, y era mi asignatura preferida. Por tanto, ya desde pequeño me fui empapando, entre el talento y la disciplina. Comencé a estudiar derecho y estuve dos años y medio. Mi padre, que era empresario, quería que fuese abogado y veía que su hijo mayor tenía que seguir sus pasos. Pero no resistí porque el arte llama. Cuando estaba con los libros de derecho civil o penal y sentía el olor del aguarrás o trementina me hervía la sangre. A partir de ahí ha sido siempre un proceso.
Al principio, cuando mis hijos eran pequeños, hacía muchas esculturas en cerámica para ganarme la vida, pero siempre compaginándolo con la pintura. Sigo practicando la cerámica. Creo que es un arte fundamental. De lo primero que hizo el ser humano. Coger un trozo de barro, modelarlo, cocerlo, esmaltarlo, etc.
P. Pero, sobre todo, pintas. ¿Cómo has evolucionado en la pintura?
R. Durante una época, los primeros años de la adolescencia, surgían muchos colores. Iba al campo y trabajaba a la manera de los impresionistas, a ‘plein air’, como dicen los franceses. Mostraba la ilusión de la niñez. Pero después comencé a entrar en un periodo oscuro y mi pintura se transformó. Solo pintaba en colores oscuros, sepias, sombras, y esto duró unos años. Tanto los colores como el concepto de la obra, las configuraciones que aparecían en el cuadro, denotaban la soledad existencial que sufría. Esto se resolvió poco después de convertirme, cuando comencé a sentir restauración y regeneración por parte de Dios. No fue casual que la pintura también evolucionase hacia una paleta más iluminada y hacia un concepto basado en temas sublimes de los que hablar, como el relato bíblico de la creación o el apocalipsis. Curiosamente estoy siempre entre Génesis y Apocalipsis. Las últimas series que he hecho son una mezcla de estos dos libros que, creo, están muy ligados.
La esperanza y la seguridad de la salvación, por fuerza, te dan otra visión de las cosas. Cuando era joven mi vida era muy oscura. Gris. Siempre estaba amargado, resentido, enfadado. Era de trato difícil. Creo que, en general, los que somos artífices tenemos las emociones a flor de piel. Es algo que no es fácil porque cualquier cosa nos afecta. Estas alteraciones emocionales son muy buenas cuando estás trabajando porque favorecen los cambios de colores y de formas. Vivir en una dimensión diferente hace que la obra se enriquezca. Pero para ir por la vida no es demasiado práctico porque todo te afecta y te hace enfadar. Así era mi hombre viejo, el no regenerado. Siempre sufriendo. Algo que se notaba en la pintura. No quiero decir que los cuadros que hiciese en esa época no sean interesantes pero me quedo con los últimos años, a partir de mi conversión, con el gozo trasladado a las obras. Son obras que tienen otro perfume, un aroma y una música diferentes.
P. ¿El arte, en general, es espiritual?
R. Es una manera de comunicarse con los demás, yo diría que en el caso de la plástica, muy eficaz porque, a veces, con una masa de colores puedes decir más cosas que escribiendo capítulos y capítulos en un libro. Se produce una comunicación espiritual con el espectador, sin que él lo advierta del todo. De esto hablaba mucho Kandinsky, que es uno de los primeros que cultivaron la abstracción. Y él remarcaba mucho ese cordón umbilical que hay entre el alma del artista y la del espectador. Un cordón por el que fluye esa savia y se produce la aventura de la comunicación. Si el alma del artista, su almacén, está provisto de buen material el espectador tendrá más posibilidades de recibirlo, si es suficientemente sensible. Si está llena de profundidades oscuras y de climas enrarecidos, como estaba el mío antes de conocer a Dios, le comunicará eso. Por eso para mí hay un segundo aspecto que es fundamental. Que es el arte como un medio para dar testimonio a las personas y gloria a Dios, que es él quien inspira todo el ser. Estoy muy contento cuando hago una exposición y alguien me dice que mi obra le transmite paz y gozo porque es lo que pretendo.
A veces les explico que tengo la tela en blanco, encima del caballete. Entonces subo unas escaleras hasta una ventanilla de mi estudio que da a Collserola (Barcelona), desde donde trabajo, y oro. Después parece que las ideas brotan y que es Dios quien mueve la mano y pone en la mente y el corazón lo que tienes que decir. Entiendo que hay personas a las que les parezca una sugestión y que no le den importancia pero yo he podido experimentar muchas veces cómo la obra va saliendo cuando he dicho “Señor, pinta tú”. El Espíritu Santo no nos guía únicamente cuando estamos centrados en nuestros actos piadosos sino que también lo hace en nuestra profesión, sea la que sea. Y esto es precioso. Saber que Dios está contigo durante tu ejercicio de homo faber, es decir, el hombre que hace cosas con las manos y la cabeza, el artífice.
P. ¿Por qué abstracto?
R. Los maestros que he tenido han sido Francesc Casademont, que era un pintor figurativo y me transmitió el amor por lo natural, y Nolasc Valls, familia del ex-primer ministro de Francia, Manuel Valls, que me enseñó a ser más disciplinado. Aparte de ellos, y gracias a las posibilidades de trabajar en Alemania, Austria e Italia, he viajado mucho y he visto mucha pintura que me ha influenciado. En primer lugar los impresionistas, sin duda. Después la abstracción más libre, no la geométrica, con nombres como Willem De Kooning, Mark Rothko, Robert Motherwel, Emilio Vedova y otros del mismo estilo que me apasionan. Y de aquí, uno de los que siempre me ha animado a pintar es Joan Miró. Capto mucha espiritualidad en su obra, y no es en vano porque él se inspiraba mucho en el románico catalán.
P. Dices que pintas todo lo que se te ha puesto en el interior ¿Dios es abstracto?
R. Podría ser una explicación. Uno no se lo plantea. Yo era muy feliz pintando a ‘plein air’, pero hay una evolución natural que a muchos nos lleva a expresarnos con un lenguaje, diría, más esencial. Creo que a través de la abstracción puedes llegar a unos niveles espirituales mucho más elevados. Los que hacen figurativo quizás no están de acuerdo. Había un crítico de arte, Camón Aznar, que decía que que todo modelo orgánico y vivo penetra con dificultad en la conciencia del espectador. No así los «campos flotantes de color» . Y esto, más que formas, son masas de color que forman parte de la abstracción y entran con mayor fluidez en el alma que cuando hay demasiada concreción. Esto es una teoría. Yo tampoco sé del todo qué es lo que me ha llevado a mí a la abstracción. Creo que Dios, claro. De hecho el realismo ha aprendido de la abstracción a dar fluidez a todas aquellas configuraciones y espacios muertos que hay en los paisajes. Es como la abeja que va a la flor y luego produce la miel. Pues así, también, la abstracción permite al artista transmitir esa espiritualidad con más fluidez al espectador.
El error está en querer entender demasiado las cosas con la razón. Debemos dejarnos llevar por la aventura interior que no pasa tanto por el cerebro como por la emociones.
P. ¿Entonces crees que estás transmitiendo el mismo éxtasis al que podía llegar El Greco?
R. Sí. Aunque si hubiese pintado en su época, seguro que no sería abstacto, a pesar de que en algunos de sus cuadros puedes ver alguna pizca de abstracción. Pero pienso que se puede llegar de la misma manera. El Greco, precisamente ha influenciado enormemente la pintura moderna, sobre todo desde Cezanne. Parece que te esté hablando de la abstracción como si fuese la panacea pero un hiperrealista puede cargar su obra de la misma espiritualidad que un cuadro abstracto. A mí El Greco me apasiona. Igual que Kaspar David Friedrich, realista alemán. Creo que su mensaje es absolutamente espiritual. Siempre pintaba figuras de espaldas, representando al hombre que le muestra a Dios todas sus preocupaciones. También pinta casas derruidas, como referencia a lo efímero de la gloria humana. O sea que a través de esos símbolos también podemos ver su gozo. Cualquier pintor que conozca a Dios puede expresarlo a través del estilo y la técnica que sea.
P. ¿Y el que no le conoce?
R. Todos somos criaturas suyas. Lo aceptes o no, en tu interior hay un reflejo de Dios. Por tanto, sea o no creyente el artista, es una chispa de la creatividad de Dios. Muchos, lo quieran o no, se benefician de la bendición de ser criaturas de Dios. Por eso, tampoco quiero decir que la obra de los artistas que se ponen en las manos de Dios sea superior a la de los que no lo hacen. La historia del arte demuestra que no es así. Pero para nosotros lo importante es darle gloria a Dios. Aunque el perfume de una de esas obras llegase a una sola persona y la animase a seguir a Dios, ya es suficiente.
P. Hablabas del reconocimiento de la espiritualidad en lo abstracto. ¿Crees que la Iglesia es madura para reconocer la labor artística en general?
R. El otro día quedé con un pastor y le explicaba que me gustaría que mi obra la llevase algún marchante creyente, de aquí o de otro país. Pero en el mundo evangélico las artes plásticas, hasta ahora, han sido huérfanas. Razones puede haber muchas. Lo podemos entender desde el punto de vista del peso que tiene la imagen en el catolicismo romano, especialmente en relación al periodo barroco y la Contrarreforma. Creo que todavía lo vivimos. Pero ya que estamos viviendo momentos en los que el arte ha evolucionado, como hablábamos antes en relación a la abstracción, sería la ocasión de que los evangélicos comprendiésemos que las artes plásticas también forman parte del plan de Dios. Debemos disfrutar de los colores y las formas. El ser integral no es sólo piedad e intelecto. Tan sólo hay que ver los días de la creación. Todo eso es un cuadro, cómo Dios va poniendo elementos, colores, figuras. ¡Y no hablemos del tabernáculo! El proyecto que le encargó a Moisés para que Bezaleel y Aholiab hiciesen todas aquellas maravillas que lamentablemente ahora no podemos ver. Dios ama el arte. Él es el artista por excelencia. Lo desea.
También he visto que la percepción de los creyentes no difiere de la general, ya que se valora más el virtuosismo y saber reproducir algo con una exactitud absoluta, en la que el espectador no tiene que pensar porque ya está todo hecho. En el mundo evangélico la abstracción es muy difícil de aceptar.
Pero, sobre todo, que entiendan que esto es una profesión y no un hobby. Me he encontrado con hermanos y hermanas en la Iglesia que quizás tratan la percepción artística como si esto fuese un añadido. Pero el arte es muy importante para la Iglesia. Si me preguntas por qué te diré que sobran las palabras. Estamos hablando de la experiencia de que una persona creyente se sitúe delante de una obra y, como mínimo, pueda dar gracias a Dios. Por la capacidad de disfrutar de los amarillos cadmio, los azules ultramar, los verdes esmeralda, los turquesas. Tan sólo eso ya es un motivo de oración y gratitud. Una obra es como una ventana y cuando entras ahí dentro, por poco que ese pintor hable de algún tema bíblico, que no siempre es necesario, quizás el creyente halle nuevos estímulos espirituales. Si un artista creyente traduce en color el capítulo 21 de Apocalipsis, las calles de oro, el árbol de la vida, las aguas cristalinas, yo creo que quien lo contempla se enriquece y tiene más aliento para dar gracias. La Nueva Jerusalén estará llena de arte, y de jardines, y de colores, y de perfumes y de flores. Dios tiene preparado allí un escenario que aquí ya podemos vislumbrar.
Fuente: http://protestantedigital.com/cultura/44007/Muchos_lo_quieran_o_no_se_benefician_de_la_bendicion_de_ser_criaturas_de_Dios