Capa
Curso Básico de
La Doctrina Cristiana
por el Dr. Juan S. Boonstra
Este libro es, por necesidad, breve; pero su brevedad no le quita importancia. Contiene, en forma muy resumida, las doctrinas de la histórica fe del cristianismo. Miles y miles de radio-oyentes esperan ansiosamente esta publicación de "La Hora de la Reforma" que ha dado la clarinada de un nuevo día en el mundo hispano por medio de su programa radial.
No es un tratado polémico porque no es buena, en estos casos, la polémica. Preferimos predicar la verdad tal cual la conocemos en la Escritura porque tenemos la promesa de que la Palabra de Dios no volverá sin producir sus frutos. Lo breve de este resumen puede dar la impresión de que no es muy profunda la doctrina cristiana. No lo es; un niño puede comprender las maravillas de Dios. . . si busca la verdad. Pero es también profunda; tan profunda que los hombres más doctos no pueden comprender todo lo que implica. Quiera Dios descender con su Espíritu Santo sobre todo lector consciente para guiarle a los pies del Salvador y así vivir a la gloria de Dios.
Al fin de cada capítulo hay una serie de preguntas cuyas respuestas se hallan en el capítulo correspondiente. Estas preguntas son para el ejercicio personal. No deben enviarse a ninguna parte. Este librito ha sido y puede ser usado muy provechosamente por grupos que desean conocer las doctrinas básicas del cristianismo.
Dios bendiga a nuestros lectores y estudiantes dedicados.
MINISTERIO REFORMA
La fuente de nuestra religión es la Biblia. No hay otro libro que iguale a la Biblia en importancia. Nuestra fe o doctrina y también nuestra práctica deben basarse en lo que dice la Biblia. Es por eso que un conocimiento básico de las Sagradas Escrituras es conveniente y hasta indispensable.
Este curso se denomina "Conocimientos Básicos de la Doctrina Cristiana". Es decir que en él hemos de definir y explicar los puntos principales de la fe que confesamos. Para ello analizaremos primeramente y en forma rápida, la doctrina de las Sagradas Escrituras.
Muchas veces, los nombres que se dan a una cosa revelan algo de lo que ese objeto es o contiene. Lo mismo sucede con la Biblia. Hay varios nombres que se le aplican, pero sólo consideraremos algunos de ellos.
Es natural que nos preguntemos quién escribió un libro tan importante como éste y que veamos en qué forma llegó su contenido a manos de los hombres. Dios se revela a sí mismo a los hombres en dos formas. Una se llama la revelación general y la otra la revelación especial.
Las Sagradas Escrituras no son un libro sin orden, ni tampoco el relato de un solo episodio. Hay divisiones pero también unidad.
Por sí solo, el hombre no puede conocer a Dios. La existencia de Dios no puede demostrarse científicamente a conformidad de todos. La Biblia misma no demuestra la existencia de Dios; simplemente presupone su existir y empieza el majestuoso relato con estas palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Si bien es posible conocer algunas cualidades de Dios en la naturaleza y en la historia, el verdadero conocimiento de Dios proviene de la Biblia. Al consultarla encontramos lo siguiente:
La Trinidad es, para la mente humana, un profundo misterio. Sin embargo, es imposible negar esta doctrina fundamental con respecto a Dios si se acepta la Biblia como la Palabra de Dios. Desde el principio de la historia cristiana han existido algunos que han negado la existencia de Dios en tres Personas; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Los tales existen también en nuestro tiempo. Esto es lamentable porque sólo repiten los errores de siglos ya pasados; errores que la iglesia ha condenado.
¡Qué magnífica visión de Dios! Creador de todas las cosas, Redentor de la nueva humanidad, Soberano en todos sus actos y manifestado como Dios el Padre, como Dios el Hijo que nos redime y como Dios el Espíritu Santo que nos santifica. ¡Alabado sea El!
La Biblia dice que Dios creó el cielo y la tierra. En las Escrituras, esta palabra "crear" se usa generalmente con el sentido de "hacer una cosa de la nada". Es decir que Dios, sin usar ningún material preexistente, pudo hacer la tierra y formar todo el universo solamente a través del poder de su Palabra. Pero hay que reconocer que en ciertas ocasiones la Biblia usa la palabra "crear" con el significado de "hacer algo de otros materiales ya existentes". O sea que esta palabra tiene dos significados en la Biblia:
Las Escrituras describen la obra de la creación como realizada en seis días. Observando el proceso, podemos comprobar orden en esa obra. Es muy evidente que Dios es un Dios de orden.
La pregunta puede hacerse: ¿Para qué creó Dios el mundo? Podemos conjeturar sobre el asunto y proponer toda clase de respuestas. Conviene pues ir a la Biblia y ver allí si hay algo sobre esto. En Isaías 43:7 tenemos una indicación: “. . . para gloria mía los he creado, los formé y los hice ". Ese es el propósito principal: la gloria de Dios. Así como un arquitecto recibe gloria por una obra majestuosa de su mano, Dios recibe gloria sin fin del mundo que hizo.
Los que creen que el hombre surgió espontáneamente en el mundo no saben cómo explicar su verdadero origen. La verdad es que el hombre fue creado por Dios. El ser humano está constituido por dos partes o elementos: el cuerpo y el alma o espíritu. Cada uno de esos elementos fue formado por Dios en forma particular. Con ellos formó la persona.
En Génesis 1:26 dice Dios: "Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”. Eso es lo que distingue al hombre del resto de la creación: él lleva en sí la imagen de Dios. ¿Qué es esta imagen?
En el principio Dios creó el cielo y la tierra. Así empieza la historia de la Biblia. Y después sigue explicando o narrando la historia de los hombres, porque el hombre era la corona de la creación, el ser que Dios había creado para representarle aquí y para hacer su voluntad. El hecho de que en todas las religiones del mundo se mantiene la existencia de un grupo de seres espirituales comprueba que Dios creó también ángeles. La Biblia, nuestra única información correcta, nos habla también de ángeles. Por eso debemos estudiar algo acerca de ellos.
Además de lo que se dice en las Escrituras sobre los ángeles en general, hay muchas referencias a ciertos seres espirituales que en su naturaleza y en sus designios han dejado de ser ángeles en el sentido de la lección anterior. Nos corresponde pues, analizar en esta lección lo que sabemos sobre esos seres que han perdido su estado original.
La Biblia demuestra claramente que Dios, después de haber creado el mundo, ha seguido manteniéndolo, cuidándolo y gobernándolo con su sabiduría. Esa obra de Dios se llama "providencia”. La palabra misma significa "ver antes", es decir, antes de hacer. Por la tanto, la providencia de Dios se refiere a los planes que El ha hecho para el futuro y además al cumplimiento de esos planes. Esa providencia comprende tres aspectos, a saber: preservación, gobierno y cooperación. Pero antes de estudiar esas tres cosas debemos ponernos en guardia contra dos errores muy comunes.
Este es el primer aspecto de la providencia. Por ella entendemos que Dios preserva lo que ha creado. Lo que El hizo en la creación lo sigue manteniendo en existencia.
Este aspecto de la providencia puede definirse como la actividad de Dios, guiando las cosas hacia su divino propósito. Ese propósito es el mismo que tuvo Dios al crear al mundo o al hombre; es decir, la gloria de su nombre.
Hay algunos que creen que porque Dios gobierna ellos no precisan hacer nada. Esa es una idea muy equivocada porque en la providencia de Dios hay también este otro aspecto llamado la cooperación. Esto puede definirse como la actividad de Dios en cooperación con todas las cosas y de acuerdo a sus leyes. Dios, en su gobierno del universo, utiliza los medios que ha creado y sus respectivas leyes.
Ejemplos:
Ya en los albores de la historia Dios quiso tratar con el hombre en forma de un pacto o alianza. La Biblia es el drama de esa alianza. Empieza en el Génesis y termina en el Apocalipsis. Este pacto fue establecido en el Edén, destruido por la desobediencia de Adán, restablecido nuevamente por el hombre, con Noé, Abraham y David; finalmente afirmado otra vez en el Nuevo Testamento por medio de Jesucristo. Por eso es que las dos partes principales de la Biblia se llaman "testamentos". Un término mejor sería "pacto" o "alianza". En ese caso no serían dos pactos distintos (Antiguo y Nuevo) sino uno y el mismo pacto en distintas fases de desarrollo.
El pacto es la disposición de Dios por la cual El, según sus propios términos y voluntad, entra en contacto con el hombre.
La más cruda realidad en el mundo es la existencia del pecado. Sobre esto se basan los problemas que afectan al ser humano; las luchas, sinsabores, enfermedades, tristezas y dolores de la humanidad. Es una realidad que muchos ignoran porque no quieren reconocerla. Y así multiplican más sus transgresiones. Debemos estudiar esto y formar nuestra propia opinión.
Como hemos aprendido ya en este curso, Dios creó al hombre sabio, justo y santo. El hombre así creado fue puesto en el jardín del Edén donde disfrutaba de todo y, además, de la presencia de Dios. Sólo había una posibilidad de hacer el mal. Dios había puesto en el medio del jardín el árbol del conocimiento del bien y del mal. Y con respecto al fruto de ese árbol, Dios dijo: "(de él) no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Gn.2:17). Ese era el mandamiento probatorio. Por medio de él sería probado el hombre. Si resistía la tentación ganaría la vida eterna. Si caía ante el tentador, moriría. El diablo no perdió mucho tiempo en hacer lo posible por destruir la obra de Dios. Llegó al jardín en forma de serpiente. Observemos el proceso de la tentación exitosa del diablo.
Aquí nos referimos al primer pecado de Adán y Eva. Serios y trágicos fueron los resultados de ese pecado.
Muchas teorías se han presentado en cuanto al carácter del pecado. Algunos dicen que el pecado es simplemente ignorancia, o falta de educación, o una enfermedad. Otros dicen que es algo que pertenecía al hombre de las edades primitivas pero que gradualmente se va eliminando. Sin embargo, debemos atenernos a lo que dice la Biblia al respecto. Allí leemos dos cosas:
En la última lección hemos estudiado y visto la miseria que resultó del pecado en el mundo. Los estragos hechos por el pecado eran y son incalculables. El hombre está ahora separado de Dios, es decir, espiritualmente muerto. Ya no es libre; es esclavo del pecado. Así nace el hombre, por cuanto el pecado de Adán afecta a toda la humanidad. La imagen de Dios en el hombre ha sufrido también una destrucción parcial. En pocas palabras, el resultado del pecado es que todo hombre está perdido. Pero Dios, en su amor infinito, determinó enviar un Salvador al mundo para salvar lo que se había perdido. Ese Salvador es Cristo Jesús.
El Salvador no vino al mundo inmediatamente después de la caída del hombre. Pasaron muchos años antes de que Dios enviara a su Hijo. Dios estaba preparando al mundo para ello. Por medio de los profetas, Dios hizo cada vez más clara la próxima llegada de ese Salvador. Veamos algunas profecías sobre ese particular.
En nuestro tiempo, un nombre significa poco o nada. Únicamente sirve para distinguir e identificar. Pero en la Biblia, el nombre a veces tiene mucho valor porque dice algo del que lo lleva. Jesús recibe en el sagrado libro muchos nombres. Sólo estudiaremos algunos.
Los dos últimos nombres mencionados en el párrafo anterior ya nos dicen algo de la naturaleza de Cristo. La pregunta se ha hecho a veces: "¿Era Jesús hombre o Dios?" La Biblia enseña que Jesús era hombre y era también Dios. Tenía las dos naturalezas.
Estamos estudiando a esta altura lo relacionado al Salvador que Dios decidió enviar para rescatar a la humanidad perdida. Ese Salvador era nada menos que su propio Hijo, una de las personas de la Trinidad. Su arribo al mundo como el Salvador es un suceso extraordinario que jamás podrá comprenderse o apreciarse en toda su magnitud. Para facilitar el estudio de ese Salvador y de su obra se ha dividido su historia en dos etapas principales. La primera se llama la etapa de humillación. Esto incluye todos los sucesos que constituyen una humillación para el Hijo de Dios. El nacimiento del Salvador era ya una humillación para el Hijo de Dios por cuanto significaba abandonar el cielo y revestirse de la naturaleza humana. Otros pasos en esta etapa son su sufrimiento, su muerte, su sepultura y su descenso al infierno. Como puede observarse, la vida de Jesús pertenece también a esta etapa de humillación en su obra, aunque generalmente se hable más del nacimiento y del sufrimiento del Salvador que de lo sucedido entre esos dos acontecimientos. En esta lección hemos de considerar algo de ese período intermedio.
En el Antiguo Testamento, el que era llamado a desempeñar una función era ungido con aceite, indicando así que recibía el poder necesario para poder cumplir con ella. Ese aceite era un símbolo del Espíritu de Dios que reposaba sobre la persona. En el caso de Cristo también sucedió algo semejante. Aproximadamente a los treinta años de edad, había llegado el momento para iniciar su obra redentora. Para ello necesitaba poderes especiales. Fue pues Jesús al lugar donde se encontraba Juan el Bautista y pidió ser bautizado. En el preciso instante en que Cristo recibía ese bautismo, se abrieron las puertas del cielo y descendió de allí el Espíritu Santo en forma de paloma, que reposó sobre Jesús. Y desde el cielo Dios el Padre habló y dijo: "Tú eres mi Hijo amado; en ti tengo complacencia" (Lc. 3:22). Tenemos aquí una prueba de las tres personas de la Trinidad: el Padre que habla desde el cielo, el Espíritu Santo que desciende, y el Hijo que recibe el Espíritu. Una vez bautizado, Jesús estaba listo para dar comienzo a su tremenda obra de redención.
Los pasos en la humillación de Cristo son: el nacimiento o encarnación, los sufrimientos, la muerte, la sepultura y el descenso al infierno. En esta lección hemos de considerar en breve los crueles y horribles sufrimientos de ese Salvador que tanto amó a su pueblo que se dio a sí mismo por él. Estos sufrimientos del Salvador tienen una importancia singular por cuanto ellos fueron cargados sobre El para que nosotros fuésemos librados de los mismos. ¡Grande fue el amor de Dios! Mientras nosotros éramos pecadores y estábamos perdidos, El envió a su amado Hijo para pagar por nuestra culpa.
Muchos creen que los sufrimientos de Cristo se limitaron a las crueles horas pasadas sobre la cruz. Otros, más cerca de la verdad, incluyen las horas que Cristo sufrió en las manos de los soldados que de El se burlaron. Sin embargo, es muy evidente en la Escritura que los sufrimientos de Cristo se extendieron mucho más que eso. El sufrió toda su vida en la tierra. A continuación se enumeran algunas de las causas de ese sufrimiento.
Muy a menudo, si alguien pregunta por qué sufrió Jesús en la tierra, se obtienen respuestas erróneas. Algunos dicen que Jesús sufrió porque los judíos eran malos y perversos y no querían escucharlo. Otros afirman que Jesús sufrió porque condenó con severidad exagerada a las autoridades y al régimen de su época. Aun otros aseguran que Cristo sufrió porque quiso así dar un ejemplo de la forma en que debe defenderse un sistema o una idea. A pesar de todas estas opiniones, sin embargo, la enseñanza bíblica permanece. Dice la Biblia que Cristo sufrió por nuestros pecados. Si todos los hombres hubiesen sido santos y justos, Jesús jamás habría tenido que sufrir. La única causa de sus sufrimientos era que los hombres se habían apartado de Dios y se necesitaba hacer un sacrificio tremendo para volver a acercarlos a Dios. Alguien debía realizar la grandiosa tarea de abrir el camino hacia Dios para que el hombre pudiese recorrerlo otra vez. Eso lo hizo Cristo con sus sufrimientos y su muerte. Esto es evidente en las palabras proféticas de Isaías 53.
Estaba ya determinado por Dios que Jesús había de morir. Así lo dice el apóstol Pedro en Hechos 2:23. Sin embargo, Dios opera en el mundo con medios definidos. Las circunstancias de la muerte de Cristo tienen interesantes detalles. Además, es la muerte misma la que reviste tanta importancia para el hombre pecador.
Descendió a los infiernos, declara el Credo de los Apóstoles y tal expresión se ha interpretado de diferentes maneras a través de la historia. Así, los católico-romanos afirman que Cristo descendió al Limbus Patrum, lugar donde se encontraban los santos del Antiguo Testamento para entregarles la revelación y la aplicación de la obra redentora de Cristo, sacándolos de allí y llevándolos al cielo. Para los luteranos, Cristo fue al infierno o hades para predicar y celebrar su victoria sobre los poderes de las tinieblas. Pero también es probable que nos encontremos ante una expresión figurada que indica que efectivamente, Cristo sufrió las agonías del infierno en el jardín de Getsemaní y en la cruz y que, además experimentó su más profunda agonía y humillación con su muerte (véase Sal. 16:8-10; Ef. 4:9).
Esta lección incluye un paso en la humillación de Jesús y uno en el estado de elevación del Señor. Porque la sepultura era también un suceso en el que Cristo se humillaba. Nada menos que eso puede ser el tener que descender a la tumba. La resurrección, en cambio, es el principio de esa otra etapa llamada de elevación porque en ella el Señor fue elevado a una posición más importante que la que ocupaba anteriormente.
Después de las dolorosas horas en que Jesús estuvo colgado en la cruz, llegó el momento de la muerte. Algunas cosas extraordinarias habían sucedido, como por ejemplo la rasgadura del velo del templo (Mt. 27:51), un temblor de tierra y la conversión del centurión que guardaba el lugar. Uno pensaría que eso habría sido el fin de la obra de Cristo. Sin embargo, era necesario aún que fuese sepultado para experimentar así todo el proceso humano en su integridad. Jesús debía conquistar también el sepulcro para ser Salvador perfecto. Era costumbre entre los judíos que nadie debía permanecer colgado en una cruz durante el día sábado. Por eso, unos varones piadosos, entre los cuales estaba José de Arimatea, vinieron a pedir permiso para dar sepultura al cuerpo del Señor. Era viernes y Jesús fue puesto en una tumba nueva. Las autoridades pusieron una fuerte guardia frente al sepulcro sellado porque temían que sus discípulos viniesen de noche y robasen el cuerpo del Señor. La verdad era que Cristo había profetizado antes de morir que al tercer día resucitaría de entre los muertos.
Muchas historias se han tejido en derredor del relato bíblico de la resurrección. Conviene examinar estas teorías por ser interesantes y para estar en guardia contra el error que tan fácilmente penetra en el corazón humano.
Esta lección trata de otro de los pasos en el estado de elevación de nuestro Señor Jesucristo. Es el último que estudiaremos de esa segunda etapa, por ahora. Más tarde, en este mismo curso, trataremos otro.
Jesús resucitó al tercer día de haber sido puesto en el sepulcro. Pero no ascendió al cielo ese mismo día. Hay algunas cosas que Cristo realizó entre su resurrección y su ascensión.
La historia de la ascensión es simple. Cuarenta días después de la resurrección de Jesús, sus discípulos se fueron a un monte vecino, quizá muchas veces frecuentado anteriormente. Allí dio Jesús sus últimas instrucciones a sus discípulos y, ante la mirada asombrada de éstos, desapareció entre las nubes del cielo. Un ángel vino a sacar a esos discípulos de su estupor y anunciarles que ese mismo Jesús, en esa misma forma, vendría algún día por segunda vez.
La Biblia nos deja ver que Dios es uno. No hay más Dios que uno. Pero también nos enseñan las páginas sagradas que ese único Dios existe en tres personas. Eso es lo que se llama la Trinidad (tri-unidad), un Dios en tres personas. Ahora bien, en este curso ya hemos dicho algo de Dios el Padre y de Dios el Hijo. El Padre creó el mundo y lo gobierna en su providencia. Dios el Hijo fue enviado al mundo para obrar la salvación del hombre perdido. En esta lección hemos de considerar la tercera persona de la Trinidad, o sea Dios el Espíritu Santo
Hay muchos que opinan erróneamente sobre el Espíritu Santo. Es cosa fácil hacerlo. Especialmente considerando que el Espíritu Santo, por su misma naturaleza, no se presta a representaciones. Hay gente que opina que el Espíritu Santo no es nada más que una fuerza, un principio, una idea. Así como, por ejemplo, se habla del "espíritu de la Constitución". Muchos creen que el Espíritu Santo es algo similar. Es la idea de Dios, un principio divino, un "espíritu de la religión". La Biblia, sin embargo, representa al Espíritu Santo como una persona más en la Trinidad. En la Biblia, el Espíritu Santo es tan Dios como el Padre y el Hijo.
Con estas referencias bíblicas, difícil es negar la existencia del Espíritu Santo como una persona distinta al Padre y al Hijo. También resulta absurdo negar el misterio de la Trinidad. Aunque no podemos comprenderlo, hay tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Hemos visto anteriormente que Dios el Padre generalmente está asociado con la obra de la creación del mundo y su gobierno. El Hijo se caracteriza por su obra redentora; El obró la salvación. En forma general, se le asigna al Espíritu Santo la obra de la regeneración, o nuevo nacimiento, o la aplicación de la obra de Cristo. Cristo Jesús ganó los méritos necesarios, puede decirse, para la salvación de su pueblo. Pero había que distribuir esos méritos. Esa es especialmente la obra del Espíritu Santo. Pero conviene catalogar algunas de las obras más importantes de esta persona de la Trinidad.
Llegamos con este capítulo a algo mucho más personal. Hemos estudiado la maravillosa obra del Señor Jesús y la salvación que El ganó por su vida y su muerte. Hemos visto también que el Espíritu Santo toma esos méritos de Cristo y los distribuye a los que han de ser salvos. Nadie puede ser salvo sin ese don de Dios. Y nadie puede darlo al hombre excepto el Espíritu Santo. Las preguntas pues se presentan: ¿Cómo se manifiesta esa obra del Espíritu Santo? ¿Qué proporciona? ¿En qué forma afecta esa operación al ser humano que la experimenta? Estas son preguntas de mayor interés personal por cuanto también nosotros mismos necesitamos eso para ser libres de pecado y castigo. Consideremos pues la primera manifestación de la obra del Espíritu Santo constantemente preguntándonos si nosotros hemos sido objeto de tal cosa. La primera manifestación es la conversión.
En los idiomas originales de la Biblia hay varias palabras que se usan para indicar la conversión. De estas palabras podemos aprender algo de lo que es eso.
¿Qué es la conversión? La Biblia habla de varias clases de conversiones, como por ejemplo, conversiones nacionales, cuando toda una nación se convertía (Jn. 3:5); de conversiones temporales como la de aquéllos que parecían convertirse pero que pronto negaban esa conversión (Mt.13:20,21) Aquí, sin embargo, estamos interesados en la conversión verdadera. En breve, la conversión es un cambio. De allí las palabras usadas en la Biblia para indicarlo. La conversión consiste en cambiar el sistema de vida, las ideas de la mente y los sentimientos del corazón. Es ser restaurado a las condiciones originales del hombre. Es volver al hogar paterno.
Veamos algunas características:
La Biblia enseña claramente que la conversión es absolutamente necesaria para la salvación. Sin conversión no hay salvación. El Señor Jesús dijo en Mateo 18:3: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Más claro, no puede ser. Hay que hacer, sin embargo, algunas aclaraciones. Esto se debe al maravilloso pacto que Dios ha hecho con los creyentes, en el cual ha incluido a los hijos de ellos. Al establecerlo, dijo a Abraham que hacía el pacto con él y con su simiente después de él (Gn.17:7).
Ya hemos hablado de la conversión. Supongamos que tenemos delante de nosotros a un hombre convertido y a otro cualquiera que no ha sido convertido. ¿Qué diferencia hay entre uno y otro? ¿Son iguales o no? Enfáticamente, estas dos personas son distintas. Y una de las cosas que los distinguen es que el primero tiene fe y el otro no. Uno ha sido aceptado por Dios y el otro no. Uno está bien con Dios y el otro no. Porque la Biblia dice: “sin fe es imposible agradar a Dios". ¿Qué es la fe? En este capítulo hemos de responder a eso.
La fe que salva se llama a veces "fe salvadora" porque esa es la que tienen los que se salvan en Cristo Jesús. Conviene saber algo de esta fe debido a su tremenda importancia para el hombre. Y también aquí hacemos esta pregunta: ¿Tengo yo esta fe?
Para ser cristiano de verdad es indispensable la conversión puesto que, de naturaleza, el ser humano es contrario a Dios. Esa conversión se manifiesta luego con la fe; una firme convicción de las enseñanzas de Cristo y la seguridad personal de que El vivió y murió por mis pecados. Pero eso no es todo. Es fácil decir que uno es convertido. Es fácil también afirmar que uno tiene fe. Pero eso se reduce simplemente a palabras. Pueden ser la verdad como pueden ser también una mentira. La conversión resulta en la fe. Y la fe, a su vez, resulta en una vida cristiana. La salvación es una cadena, que, para ser verdadera, debe estar completa. Sólo así sabremos de seguro si somos salvos o no.
Estos son errores muy comunes. Por eso conviene mencionarlos.
Entre las cosas pertenecientes a la vida cristiana, mencionadas en la lección anterior, estaba incluida la oración. Ahora consideraremos esta parte de la vida cristiana por sí sola. Ella encierra una gran importancia en la vida del cristiano y merece especial atención en este estudio.
El ser humano depende totalmente de Dios. Lo trágico de la humanidad es que se ha alejado de Dios. Para que ella pueda acercarse de nuevo a Dios, El ha enviado su Palabra en la Biblia y a su Hijo Unigénito. Allí El revela lo que El es y lo que son los hombres. En la Biblia Dios nos habla directamente. Ahora bien, la oración es nuestra respuesta a lo que Dios dice. La Biblia sola no debe satisfacernos. La oración por sí sola tampoco. En la primera, Dios habla al hombre. En la segunda, el hombre habla a Dios. Allí está la importancia de la oración: es hablar con Dios.
Estos elementos se extraen de los ejemplos que proporciona la Biblia misma.
Hay miles de personas que dirigen sus oraciones a estatuas, ángeles o muertos. Tales, por ejemplo, son las oraciones hechas a los "santos". En todas las oraciones relatadas en la Biblia, la persona siempre se dirige al Dios del cielo. ¿Por qué no ahora? Además, las oraciones del cristiano son dirigidas en el nombre de Cristo Jesús puesto que sólo por medio de El podemos recibir algo de Dios. Por nuestros propios méritos no podemos esperar nada de Dios, ya que nos hemos hecho odiosos ante El. Pero a Cristo Jesús Dios no puede negarle nada que sea para alguno de los que creen en El.
Mencionaremos algunos nada más:
La pregunta es natural, ¿cuándo orar? En realidad, hay necesidad de orar durante toda la vida dondequiera que uno esté. Hay muchas circunstancias especiales también en que es necesario orar. Pero también hay momentos fijos de oración. Así por ejemplo, en el templo de Dios debe haber oraciones regulares. En la vida familiar debe orarse también. Generalmente, la hora de las comidas es apropiada para estas oraciones. Además de esto, cada cristiano debe tener momentos de oración en secreto: a solas con Dios. Esto reconforta y da vigor al alma.
Es difícil enumerar a todos por quienes el cristiano debe hacer oraciones. Sólo se pueden mencionar algunos. El creyente debe orar por sí mismo y por toda clase de gente. Los hombres en puestos de responsabilidad, como son los hombres en el gobierno, la necesitan. Los pastores y ministros que predican a Jesucristo; los hermanos en la fe; la iglesia. También por los enemigos. Todo esto lo ordena Dios en la Biblia. Dios sólo prohíbe en la Biblia orar por los muertos y por aquéllos que han cometido un pecado imperdonable. Una cosa es verdad: nunca estará de más una oración por otros, sean quienes fueren.
Ya hemos considerado en lecciones anteriores lo que ha hecho Dios el Padre, lo que ha hecho Jesús el Salvador, y lo que hace el Espíritu Santo. Hemos visto también cómo una persona pasa a ser cristiano, qué es lo que hace como cristiano en su vida de cada día. Pero debemos preguntar: ¿Qué pasa con la religión de un hombre convertido? ¿Sigue su vida acostumbrada o cambia algo? Una de las cosas más importantes para el cristiano es la iglesia. Es allí donde se encuentran todos los cristianos reunidos. La iglesia es la institución que Cristo creó para los cristianos. En esta lección estudiaremos sobre ella.
La iglesia no es un invento de los hombres sino una institución que Dios mismo ha creado para sus propósitos. Muchas organizaciones que se llaman a sí mismas iglesias han sido planeadas y creadas por los hombres. No son por lo tanto iglesias. En la Biblia hay suficiente evidencia para afirmar que la iglesia es de Dios.
¿Cómo puede saberse si una iglesia es verdadera? Hay que juzgar por lo que hace y enseña.
La iglesia, que ya hemos estudiado en la lección anterior, tiene dos sacramentos: el Santo Bautismo y la Santa Cena. En ésta y la próxima lección hemos de considerar esos dos sacramentos. Pero, principalmente, será necesario aclarar qué es un sacramento, para luego considerar los dos sacramentos por separado. Dice un diccionario que un sacramento es "el signo sensible de un efecto interior y espiritual que Dios obra en nuestras almas". Hay aquí pues dos cosas: algo interior, y algo que se ve o se percibe. El término "sacramento" no aparece en la Biblia. Su uso se debe a dos razones históricas: El juramento de obediencia que un soldado prestaba a su comandante se llamaba un "sacramento". Además, en una traducción de la Biblia, la palabra "misterio" se tradujo como "sacramento". Y así se empezó a usar la palabra para designar los dos ritos o ceremonias que Cristo instituyó para su iglesia. Porque esos sacramentos son una especie de juramento de obediencia y también tienen algo de misterioso. Un sacramento pues es "una institución de Cristo en la cual con símbolos sensibles se representa y sella la obra de Dios en el creyente y éste a su vez expresa fe y obediencia a Dios". El bautismo es una de esas instituciones.
¿Quiénes deben ser bautizados? La respuesta inmediata y clara es que solamente los creyentes en Cristo pueden recibir el bautismo. Y ellos deben recibirlo porque Cristo así lo ordenó. Pero hay dos clases de individuos entre los que deben ser bautizados:
Dijimos en la lección anterior que los sacramentos son dos, porque sólo dos instituyó Cristo. Lo demás que quiera pasarse por sacramento no lo es, por cuanto es invención de los hombres. Ya hemos considerado el Santo Bautismo. Ahora hemos de considerar la Santa Cena.
En el Antiguo Testamento ya había una celebración similar a la Santa Cena. En efecto, esta última tomó el lugar de la otra. En Israel esa celebración se llamaba "la fiesta de la Pascua". En esa fiesta se recordaba entre los judíos un gran acontecimiento: la liberación de la esclavitud en Egipto. Hacía muchos años que el pueblo de Dios era cautivo en Egipto; era esclavo de Egipto. Luego Dios quiso liberarlos de ese yugo opresor. Para ello Dios tuvo que castigar severamente a los egipcios. Una noche, el ángel de Dios llegó a Egipto para matar a todos los primogénitos. Pero donde el ángel encontraba sangre pintada en los postes y el dintel de la puerta, pasaba de largo. Así se salvaron los israelitas. Se habían salvado por la sangre del cordero que habían comido. Para recordar esa liberación, los judíos celebraban la Pascua. Cuando vino Jesús, se anunció que El era el cordero de Dios, que quitaría el pecado del mundo. Su sangre derramada salvaría a su pueblo. Y así la Pascua fue cambiada y Cristo mismo instituyó la Santa Cena.
Cuando estudiamos el sacramento del bautismo vimos que ese sacramento era para creyentes adultos y para los hijos de los creyentes. La Santa Cena, sin embargo, es sólo para los creyentes, porque solamente ellos pueden decir que la muerte de Cristo tiene el valor que realmente posee.
Todos recordamos el día de Navidad. En él celebramos la llegada de Cristo a este mundo. Esa llegada fue un suceso histórico de extraordinaria importancia para el mundo entero. Pero después de algunos años, Cristo volvió al cielo de donde había venido. Y justamente después de regresar al cielo, mientras sus discípulos miraban hacia donde el Señor había ido, dos ángeles llegaron y anunciaron: "Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo" (Hch.1:11). Jesús vendrá otra vez. Y al estudiar la Biblia encontramos muchos detalles sobre esa segunda venida de Cristo.
Cuando estudiamos la resurrección de Jesucristo dijimos que esa resurrección nos dejaba ver algo de lo que será nuestra resurrección. Ahora hemos de considerar este suceso tan grandioso en la vida de la humanidad.
Al considerar la resurrección es lógico que se considere primeramente la muerte, por cuanto aquélla está motivada por ésta.
Se llama así al período entre la muerte y la resurrección. La gente se pregunta: "¿Dónde está el alma después de la muerte?" El cuerpo saben dónde está pero sobre el alma tienen preguntas. Algunos dicen que la muerte elimina el alma y que allí se termina todo. Otros dicen que el alma entra en un período de sueño en algún lugar invisible hasta el día de la resurrección. La Biblia, sin embargo, nos proporciona suficiente información sobre esto. Dice que el alma es inmortal y por eso no puede desaparecer. Dice también que las almas están ansiosas por ver el día de la resurrección y por eso no pueden estar en un largo sueño.
El Señor Jesús mismo habló de la resurrección como cosa muy natural (Mt. 22:31,32). El apóstol Pablo dice que si los muertos no resucitan entonces tampoco Cristo resucitó y así el evangelio seria falso (1 Co. 15:13,14). Es decir entonces que la resurrección es cosa muy central e importante en las enseñanzas de la Biblia. La Biblia abunda en detalles sobre la resurrección de los muertos. Es lamentable que no tengamos aquí el tiempo o el espacio para considerar toda esa información. Pero de una cosa no puede haber duda: todos resucitaremos algún día.
A través de estas lecciones hemos considerado las doctrinas básicas de la religión cristiana. Hemos viajado así desde la creación del universo hasta la segunda venida de Cristo y la resurrección de los muertos. Ha sido considerado todo esto en una vista panorámica puesto que el tiempo y el espacio no han permitido otra cosa. Pero para completar el curso, falta aún el suceso que pone broche final a la historia del mundo y de la humanidad. Ese suceso se llama el juicio final. La mente humana no puede imaginar toda la magnitud y la importancia de este extraordinario evento. Pero la Biblia proporciona algunos detalles que son dignos de nuestra atención.
La Biblia demuestra claramente que el juez que actuará en el gran juicio final es Cristo, el Hijo de Dios. No será Dios el Padre, ni Dios el Espíritu Santo. Será el Hijo quien juzgue porque todo depende de lo que los hombres han hecho con El. Los que han amado a Cristo serán librados, pero los que han rechazado su salvación serán condenados.
Toda la humanidad será juzgada en ese día. No habrá uno solo que pueda escapar a este juicio. Los ancianos y los niños, los hombres y las mujeres, los vivos y los muertos de todas las naciones, y de todos los colores, y de todos los tiempos, aparecerán delante del tribunal de Cristo. Nosotros también.
En todo juicio se usa una medida o una ley para determinar quiénes son culpables y quiénes no. Ahora bien, ¿cuál será el criterio que se usará en el juicio final para determinar esto? La Biblia dice que "cada uno será juzgado según sus obras". Es decir entonces, que todos serán juzgados de acuerdo con las obras que hayan hecho, sean buenas o malas. Pero como solamente los que aman a Cristo de verdad y se han entregado a Él durante sus vidas pueden hacer buenas obras, el asunto se limita a lo que los hombres han hecho con Cristo, el Hijo de Dios. Únicamente los que han amado a Cristo como su Salvador serán declarados puros en el juicio final.
Lógicamente, el veredicto será doble. Unos serán librados de culpa y otros serán condenados.
Algunos dicen que el veredicto de Cristo no será final, sino que más tarde se ofrecerá otra oportunidad a los condenados para que se conviertan a Cristo. Pero no es eso lo que se enseña en la Biblia. Todo lo contrario. El juicio final, es realmente final.