La fascinación con lo salvaje

Desde hace algún tiempo hemos visto el atractivo que ejerce el mundo salvaje (el de los animales en su entorno) con reportajes en la televisión que insiste en mostrarnos a esos seres irracionales que matan para comer y que defienden su territorio hasta la muerte.

Y luego surgen los cineastas que insisten por su parte en hacernos creer que esos seres inferiores tienen sentimientos. Y no hablemos de los pandas que parecieran derretir el corazón de muchos, aunque cuando aquellos tienen la oportunidad de agarrar con sus garras a un humano le pueden hacer perder un brazo o la vida.

Lo hemos visto en películas donde los pingüinos son “fieles” a sus parejas y cuidan a sus crías mejor que algunos humanos.

Luego esta la lista incontable de caballos, perros y gatos que viven aventuras y que las hacen vivir a sus dueños y en donde hasta les salvan la vida.

Pero la realidad, mostrada también a través de documentales que tienen mucha menos sintonía que las películas mencionadas muestra una vida diferente, donde sigue imperando la ley del más fuerte y la lucha por una sobrevivencia que a veces encuentra muchos obstáculos.

¿Por qué el afán de atribuirle a los animales sentimientos y pasiones que solo se encuentra en los humanos? ¿Es el deseo de “transferir” a esos seres irracionales parte de nuestros mejores sentimiento, porque no somos capaces de hacerlo con nuestros iguales con quienes nos relacionamos?

Tengo otra teoría: los humanos queremos ver actitudes y sentimientos en los animales, especialmente en las mascotas porque no encontramos reciprocidad en quienes nos rodean, donde abunda el egoísmo, la vanidad y la superficialidad.

Existen muchas razones para estos cambios en el comportamiento de las personas. Y la sociología nos ha hecho partícipes de esos descubrimientos. Cambios en los estilos de vida; uso desenfrenando de las tecnologías de comunicación inmediata que nos han desconectado de las personas que nos rodean; múltiples empleos para poder satisfacer esas expectativas que no nos dejan dormir… acompañadas por el estrés.

Pareciera que nuestro único recurso es volvernos a esos seres irracionales, salvajes o domesticados con quienes logramos tener sino una comunicación, por lo menos una especie de empatía.

Jesucristo se refirió al estrés, a la soledad existencial, a las presiones de la sociedad, al amor y al desamor, al egoísmo y la superficialidad en las relaciones. Y las contrastó con una actitud que se fundamenta en amor como lubricante de todas las relaciones interpersonales. Pero no amor solo mostrados en afectos y sentimientos humanamente generados. No. En la Biblia el amor es práctico, practiquísimo. Basta leer los evangelios para darse cuenta que en el cristianismo la tarea del amor es más que inspiración romántica.

Quien sabe (esto le corresponderá a los sociólogos del futuro cuando estudien lo que ha sido nuestro comportamiento ahora) si al llevar a la práctica lo enseñando por Jesús seamos capaces de vivir mejor con nuestros semejantes. Entonces seremos también capaces de mirar a nuestras mascotas como lo que son: animales domesticados que nos divierten y nos hacen compañía y hacia quienes tenemos el deber de retribuirles lo que hacen por nosotros con cuidado, alimentación y cariño.

Seremos también capaces de mirar al otro lado de la creación, al mundo de los animales salvaje, como lo que es. Un campo para preservar y estudiar como los mayordomos de esta creación que pareciera esperar eso de nosotros.

Lunes 13 de Enero, 2014.

Un comentario de Guillermo Serrano.