Chile es el país con menos católicos del continente, una cifra alarmante para el Vaticano y para su representante máximo Jorge Mario Begoglio o Francisco según el nombre adoptado por el obispo argentino al ser elevado al cargo más alto del catolicismo romano.
Lo que ha sido el detonante para la baja estimación y membresía en esa denominación cristiana en Chile son las decenas de casos de pedofilia cometidos por miembros del clero con el conocimiento y a veces la anuencia de obispos que ha preferido mirar al costado antes de disciplinar a sus sacerdotes pedófilos.
Y las protestas y denuncias no se han hecho esperar a pesar de las misas y actos masivos en que Francisco ha dado magníficos discursos que han dejado sabor a poco ante las víctimas que han denunciado esos hechos delictuosos.
Begoglio ha dicho «No puedo dejar de manifestar el dolor y la vergüenza el daño efectuado por miembros de la iglesia. Es justo acompañar en el dolor a las víctimas y tomar medidas para que no se repita» (Fuente: Emol.com).
¿Pero es una declaración suficiente cuando el castigos de los sacerdotes pedófilos ha sido solo una amonestación eclesiástica, sin conocer los hechores lo que la sociedad civil depara a sus transgresores ante delitos semejantes?
Es posible que el catolicismo chileno siga experimentando una declinación en su membresía ante el desencanto de la población que ver una inconsistencia entre la predicación formal de la iglesia católica romana y la poca acción de los obispos que debieran ejercer la disciplina (pero claro, algo imposible cuando hay también obispos acusados del mismo delito).
El Pontífice católico romano dijo que “el pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes; la gente espera pastores, consagrados que sepan de compasión, que sepan tender una mano a todos, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que Jesús, ayuden a salir de ese círculo de masticar la desolación que envenena el alma”.
De acuerdo, Bergoglio. Pero además de lo anterior, el pueblo de Dios necesita personas dispuestas a reconocer sus pecados ante su propia organización y separar a aquellos que tienen taras psicológicas que le hacen incapaces de servir a otros.
A pesar de todos los adjetivos y títulos superlativos que la religión católica romana le da a su jerarca máximo, nosotros, solo le reconocemos uno: simplemente un ser humano que tiene buenas intenciones y que a lo mejor desea ser el salvador de su organización.
Nosotros solo reconocemos a un Salvador: se llama Jesucristo y ofrece gracia y perdón a quienes se acogen a su misericordia.
(Guillermo Serrano, Miércoles 17 de enero, 2018).