Diez años después, la primavera se ha convertido en invierno para el mundo árabe

Este 2021 se cumplen diez años del inicio de la 'Primavera árabe' con una situación que dista mucho de los objetivos iniciales. / Twitter @iehutin

Líderes evangélicos de Oriente Medio y el norte de África analizan el impacto de las revueltas que comenzaron a finales de 2010 y la situación actual en algunos de los países.

Poco se podía prever respecto a la muerte de Mohamed Buazizi, cuando el 17 de diciembre de 2010 trascendía la noticia de su suicidio en la localidad tunecina de Sidi Buzid. Sin embargo, menos de un mes después, en enero de 2011, las multitudinarias protestas que comenzaron por su trágico final se extendieron a lo largo del país y provocaron la caída del presidente Ben Ali tras 23 años de gobierno.

El ambiente generó muchas expectativas. Las protestas se extendieron a Egipto y un mes después, en febrero, acabaron con la renuncia del entonces presidente Hosni Mubarak, después de 29 años en el poder. “Todo comenzó en Túnez, con un hombre corriente quemándose a lo bonzo y los tunecinos manifestándose contra la precariedad salarial y una economía colapsada. Y lo que ocurrió en Túnez se convirtió en el epicentro de una ‘Primavera árabe’ que se extendió a muchos países, como Egipto, Libia, Siria, algunos de los países del Golfo pérsico y Yemen”, explica el secretario general de la Alianza Evangélica regional de Oriente Medio y de África del Norte (MENA, por sus siglas en inglés) , Jack Sara.

Pero las expectativas del clamor popular acabaron truncándose con el paso de los años o tomando direcciones todavía más inesperadas. En países como Marruecos y Argelia, los gobiernos consiguieron contener la indignación de la ciudadanía, no sin recurrir a la violencia. Aunque el germen revolucionario ha permanecido latente en estos territorios a lo largo de la década y ha acabado regresando con nuevas protestas multitudinarias en Argelia, que en 2019 acabaron poniendo fin a 20 años de gobierno de Abdelaziz Buteflika, y con una nueva etapa del conflicto saharaui en Marruecos, por ejemplo.

En Siria, las protestas contra Bashar al-Ásad dieron paso a una guerra que perdura después de diez años, que se ha cobrado la vida de más de medio millón de personas y que ha servido de marco para el resurgir del radicalismo islámico durante buena parte del conflicto, con el autodenominado Estado Islámico. A la caída de Muamar el Gadafi en Libia siguió la desintegración del Estado libio y el inicio, en 2014, de una guerra que todavía se lucha. Yemen también vive su propio conflicto desde 2014, que ha dejado a más de 7,4 millones de personas en situación de asistencia nutricional, según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). Y los iraquíes han vuelto a manifestarse contra la precaria situación económica y social en las calles de un país que todavía no se ha reconstruido después de la invasión de Estados Unidos y de la lucha contra el autodenominado Estado Islámico.

 

“Después de diez años de la llamada ‘Primavera árabe’ observamos grandes cambios en muchos de los países de la zona”, dice Jack Sara. “Sin embargo, eso no significa que sean cambio para mejor. Lo que comenzó como una ‘Primavera árabe’ que tenía que traer resultados positivos a muchos países, no lo ha hecho”, añade.

 

Diez años después, la primavera se ha convertido en invierno para el mundo árabe

Túnez fue el epicentro del movimiento que sacudió gran parte de los países del norte de África y de Oriente Medio. / Magharebia, Wikimedia Commons

 

El invierno árabe

Desde Argelia, donde han tenido que esperar nueve años desde el inicio del movimiento para ver un cambio político, el pastor evangélico Nourredine Benzid es tajante en su conclusión. “Puedo decir que ya no hay una ‘Primavera árabe’, sino un invierno árabe, porque todas las esperanzas legítimas de las personas que se revelaron contra la injusticia, pidiendo libertad, justicia social, respeto y libertades individuales, se han evaporado. Hoy día, todas esas personas están oprimidas por su propio gobierno”, lamenta.

Desde la Alianza Evangélica regional de Oriente Medio y de África del Norte, Jack Sara considera que la situación “es incluso peor en muchos países” y apunta al caso de Túnez. “Quizá han experimentado cambios, aunque algunos de ellos positivos y otros negativos”, matiza. De hecho, el país donde comenzó todo vive ahora una caída de su PIB a niveles inferiores a los de 2010, según los datos del Banco Mundial. También el PIB per cápita se ha reducido de 4.130 dólares hace diez años a 3.370 en 2019. “El resto de países árabes no han cambiado para mejor”, remarca Jack Sara. “A excepción de Egipto”, añade.

Una valoración que también sostienen algunos líderes evangélicos en Egipto, aunque con matices. “La situación social y económica de Egipto es muy difícil de evaluar. Estamos viviendo un boom en todos los aspectos de la vida, con grandes megaproyectos de desarrollo, electricidad, energía solar, transporte, puentes y carreteras. También hemos visto un tremendo aumento de empresas comerciales, como cadenas de comida rápida, productos especiales y todo lo que se pueda imaginar. Nuestra industria automovilística está en auge y se venden más vehículos ahora que hace varios años. Sin embargo, junto con esto, y debido a la pandemia, vemos una pobreza increíble y muchas personas que luchan por sobrevivir, particularmente en el sector turístico y otros sectores que se han visto afectados por la epidemia”, señala el director general de la Sociedad Bíblica de Egipto, Ramez Atallah.

 

Diez años después, la primavera se ha convertido en invierno para el mundo árabe

Aunque las protestas también se hicieron notar en Marruecos, allí no se han producido cambios significativos. / Magharebia, Wikimedia Commons

 

“La egipcia es una atmósfera mucho más sana que el secular y liberal Occidente”

A la caída de Mubarak en 2011 le siguió un gobierno interino de un año por parte del entonces jefe de las Fuerzas Armadas, Mohamed Tantawi. En 2012 se celebraron elecciones y las ganó el candidato afín al movimiento de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Sin embargo, tras medio año en el poder se produjeron nuevas protestas que se alargaron varios meses. Apenas un año después de asumir la presidencia, Morsi era arrestado por las Fuerzas Armadas y el ejército asumía de nuevo el control del ejecutivo de forma interina. En 2014 se celebraron unos nuevos comicios que ganó el exmilitar y una de las figuras clave en la detención de Morsi, Abdelfatah El Sisi, que volvió a ser elegido en 2018 y sigue ocupando la presidencia.

“Los cristianos se unieron a las manifestaciones contra la administración de Mubarak, igual que muchos de los musulmanes moderados”, recuerda Atallah. Jack Sara rememora el ejemplo de las iglesias evangélicas durante aquellos días de tanta tensión social en Egipto. “Muchas iglesias estaban en las calles ayudando a las personas que lo necesitaban o que estaban heridas. Conocemos el gran testimonio de la iglesia evangélica Kasr El Dobara, en El Cairo, que está muy cerca de la Plaza Tahrir, donde se produjeron las protestas. Incluso montaron un hospital móvil dentro de una de las salas de su local donde atendían a los heridos. También daban agua, comida y otros productos de primera necesidad a los manifestantes. Y tenían otro lugar donde cantaban alabanzas y oraban por el país”, relata.

No obstante, Atallah considera que si no se han producido todos los cambios que se reivindicaban es porque “no eran realistas y no se pueden esperar en un país del mundo en desarrollo”. “Además, el escenario político mundial ha demostrado que incluso los países denominados ‘libres’, como Estados Unidos y Gran Bretaña, tienen una situación política muy turbulenta y confusa, con los británicos divididos casi por igual a favor y en contra del Brexit y los estadounidenses divididos entre la derecha y la izquierda. Este tipo de democracia es confusa, por lo que nuestro fuerte liderazgo en términos de gobierno en Egipto hace que las cosas sean mucho más estables y seguras”, concluye Atallah.

Algunas instituciones internacionales cuestionaron la detención de Morsi y la posterior ilegalización de los Hermanos Musulmanes en Egipto, y organizaciones en defensa de los derechos humanos han calificado los hechos de 2013 como un ‘Golpe de Estado’. Líderes cristianos del país y de la región coinciden en que la situación ha mejorado, en cambio, para algunos derechos y libertades individuales, como la religiosa. “Egipto es el único país con cambios positivos en materia de libertad religiosa. Creo que los cristianos egipcios, y los evangélicos en particular, están satisfechos”, afirma Jack Sara.

“Los cristianos en general creen que El Sisi ha sido bueno para ellos. Es el primer presidente en la historia de Egipto en asistir a los servicios anuales de Navidad en la Catedral Ortodoxa Copta y dar un breve mensaje a todo Egipto desde allí. También es uno de los pocos líderes del mundo que se ha pronunciado con valentía contra el extremismo islámico y lo ha condenado en los términos más enérgicos. Además, ha llamado a los cristianos ‘conciudadanos’ en lugar de simplemente ‘cristianos’”, explica Atallah.

Desde Puertas Abiertas, una organización que monitorea la persecución de cristianos en el mundo, consideran que la actitud de Egipto en esta cuestión ha sido lineal, manteniendo al país en el puesto 16º de su Lista Mundial de Persecución durante las últimas tres ediciones. “Egipto no es un país donde la persecución cristiana sea la norma. Las personas que lo dicen simplemente no conocen la realidad. Hay discriminación de los cristianos, especialmente en el sur y en las comunidades pobres donde los cristianos podrían ser una pequeña minoría, pero el hecho de que el 30% de la riqueza del país está en manos de los cristianos, de que las familias más ricas de Egipto son cristianas, de que los cristianos ocupan altos cargos en el Gobierno, las universidades y el Parlamento, muestra que estamos en el mejor momento para el cristianismo desde la Revolución de 1952”, considera Atallah.

 

Diez años después, la primavera se ha convertido en invierno para el mundo árabe

Imagen de la Plaza Tahrir en noviembre de 2011. / Lilian Wagdy, Wikimedia Commons

 

El director de la Sociedad Bíblica de Egipto puntualiza que “es cierto que para ayudar a apoyar la lucha contra el radicalismo islámico han habido leyes y regulaciones restrictivas muy fuertes y que, en algunos casos, han afectado a personas inocentes que han sido tomadas junto con los culpables”. Pero añade que “estos casos se destacan en los medios de comunicación fuera del país y hacen pensar que hay mucha persecución, lo que no es el caso”. “Si nos fijamos en todos los países que nos rodean, en Oriente Medio, Egipto es el país más seguro y el que está creciendo más rápido y donde la vida transcurre con más normalidad de lo que podría esperarse durante esta pandemia tan difícil”, remarca Atallah. “Como Egipto es un país donde la constitución dice que creemos en Dios y porque los valores cristianos y musulmanes son muy cercanos en términos de moralidad, los cristianos comprometidos en Egipto se sienten más libres de lo que lo harían en un país occidental al expresar su opinión sobre sus valores. Es una atmósfera mucho más sana para criar a los hijos que el secular y liberal Occidente”, declara.

“Los evangélicos deberían implicarse en influir cambios políticos positivos”

Más allá del caso de Egipto, desde la Alianza Evangélica regional de Oriente Medio y de África del Norte consideran que el impacto político de los evangélicos en la región ha sido discreto. “Los evangélicos no quieren ser parte de la política. Muchos de ellos tienen sentimientos contra la política. Piensan que la política no es para la iglesia y que ésta solo debería implicarse en la labor evangelística”, asegura Jack Sara. “A excepción de Egipto, esta es la actitud general de los evangélicos en Oriente Medio y en el norte de África”, remarca.

Desde Argelia, el pastor Nourredine Benzid añade que “el rol de los evangélicos ha sido insignificante porque ni siquiera están reconocidos”. “La iglesia es perseguida a lo largo de la región sin excepción. Si no son los islamistas radicales, son los gobiernos”, manifiesta. Por eso, dice, “el impacto de los evangélicos en la región es mucho más espiritual que político, porque no tenemos derechos”.

 

La valoración general de la aportación que la ‘Primavera árabe’ ha hecho sobre el derecho a la libertad religiosa es pesimista en muchos líderes cristianos de la zona, como Benzid. “Nuestra presencia perturba los sistemas políticos vigentes porque millones de musulmanes dejan el islam para convertirse al cristianismo. No somos aceptados, solo tolerados y por un tiempo limitado”, apunta.

Aunque en algunos casos, como en Túnez y Egipto, se habla de una convivencia moderada, en otros países la presión sobre las minorías cristianas ha crecido. Argelia ha pasado del puesto 42º en la Lista Mundial de Persecución de 2018, al 24º en la última edición, después de que el gobierno haya cerrado hasta trece iglesias protestantes en todo el país. La guerra en Libia también ha intensificado la presencia del yihadismo en el país, con imágenes como las difundidas por el autodenominado Estado Islámico en 2015 donde se veía a un grupo de cristianos siendo ejecutados en una playa.

La situación, señalan desde la Alianza Evangélica regional de Oriente Medio y de África del Norte, debe llevar a replantear la influencia de los cristianos en las decisiones políticas en la región. “Los evangélicos deberían implicarse en influir cambios políticos positivos, traer libertad religiosa y democracia”, reivindica Jack Sara. “Ellos se retiran de la política porque creen que su sentido, más bien, es predicar. Es triste ver que solo unos pocos están comprometidos con la política”, añade.

 

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