A la huella, José y María.

Los villancicos son canciones populares –y algunas se han transformado en “clásicas”- que reflejan el alma de un pueblo. En este caso, de un pueblo multiétnico, casi universal  y a la vez pueblo de fe que canta lo que no puede aquilatar con sus sentidos.

En este villancico, de origen argentino, y con las voces dulces de niños que probablemente no saben aún la diferencia entre el bien y el mal, se refleja la incertidumbre de José y María que viajaban en condiciones muy precarias, por rutas poco confiables y en condiciones de demandaban de cuidados especiales para la joven María, a punto de dar a luz.

Para nosotros, viviendo 2000 años después de los hechos que cantan los niños, la historia es cronológica: es que tenemos todos los documentos que nos aseguran que la historia es como se canta y se recita. Pero para los protagonistas del momento, todo era difuso y casi irracional.

Los evangelios no nos adentran en un análisis psicológico de esa pareja. Tampoco nos cuentan detalles que podremos intuir –quizá- pero no saber con certeza.

Leemos de una decisión política del imperio que ordenaba a todo el mundo ir a sus lugares de origen para ser encuestados en un censo. Y José y María no tienen alternativas, sino viajar los 150 kilómetros que mediaban entre Nazaret y Belén y que hoy se harían en un par de horas, en ese tiempo quizá podría tomar una semana o más…

Pero los hechos están ahí. En el sincronizado reloj de los hechos que sucederían poco tiempo después, María y José cumplen con la orden del César romano y se ponen en marcha hacia un destino –para ellos- aún desconocido y que traería consecuencias para toda la humanidad.

Sí, porque al nacimiento del Mesías seguirían todas las demandas de las que aprendemos por la Biblia: reconocer a Jesús como redentor o el que hace posible una reconciliación con Dios mediante el sacrificio de ese Hombre, ya no niño, y que ofrecería su vida por todos nosotros.

Sí, ruta poco amigable la que emprendieron José y María y que nos afectaría a todos. Porque el viaje de ellos es en muchos sentidos el nuestro cuando nos preguntamos si todo tiene algún propósito debajo del sol.

María y José, obedientes, cumplieron su parte. La cuestión es si nosotros podremos hacer lo mismo,  entendiendo el mandato de los evangelios que nos dicen que Dios amó tanto al mundo que envió a su Hijo para reconciliar al ser humano con la divinidad.

(Guillermo Serrano, 20 de diciembre, 2017).