Con Teresa Forcades (Barcelona, 1966) se podría hablar de muchos temas. Licenciada en Teología Fundamental por la Facultad de Teología de Cataluña, que no convalidó sus estudios teológicos en Estados Unidos por ser en parte protestantes, y doctorada posteriormente con una tesis sobre el concepto de persona en la teología trinitaria clásica y su relación con la noción moderna de libertad como autodeterminación, la también monja benedictina y doctora en medicina tiene experiencia en la vida pública. Concretamente a través de la plataforma Procés Constituent (Proceso Constituyente), presentada en 2013 en Cataluña con el objetivo de establecer un debate popular para decidir qué estatus político, económico y social se quiere para Cataluña, desde una base independentista y anticapitalista.
Entre 2013 y 2015, Forcades gozó de una gran presencia mediática en el territorio, mientras presentaba la plataforma en una gira junto con su otro representante más destacado, el economista Arcadi Oliveres. Además de su discurso reivindicativo, destacó a nivel de imagen, puesto que se presentaba en pantalones largos y velo.
El movimiento estuvo a punto de incurrir a las elecciones al Parlament del 27 de septiembre de 2015, pero una votación interna resultó en no hacerlo. “Perdimos una gran oportunidad”, manifiesta ahora.
Repasamos desde la Facultad de Teología de la Universidad de Humboldt (por cierto, luterana), donde imparte clases, aquel momento de mayor exposición pública.
Pregunta: Es de formación protestante.
Respuesta: Aquí no estamos tan acostumbrados porque el Estado español es uno de los ejemplos más negativos de ecumenismo cristiano. El protestantismo no ha tenido el reconocimiento que en otros países y, por tanto, la formación se entiende como dicotómica. Yo me he movido bastante por Estados Unidos y Alemania y eso no se les ocurre porque la formación teológica está incardinada en la universidad y lo más fácil es que tengas profesores que pueden ser tanto católicos como protestantes, e incluso no saberlo. Mi formación es, primero extra-académica, por el interés que tenía mientras estudiaba medicina en Barcelona y a través del centro de estudios de Cristianismo y Justicia. Eso fue antes de la formación oficial. Después me fui como médica a los Estados Unidos y allí comencé a estudiar en el seminario católico de Western New York. Realicé los dos primeros años de lo que sería la licenciatura, que allí se conoce como ‘Master of Divinity’. Al acabar esos dos años obtuve una beca para ir a Harvard que se considera a sí misma desde hace años como no-denominacional (no adscrita a ninguna confesión religiosa), a pesar de haber sido fundada en el siglo XVII por metodistas. Les interesa, sobre todo, la posibilidad de ecumenismo cristiano y la interreligiosidad. En Harvard la formación estaba dividida en tres bloques. El primero era de filosofía, la segundo estaba concentrado en la Biblia y el tercero en el diálogo interreligioso. Había profesores católicos pero eran una minoría. De hecho, creo que tan sólo tuve dos. Estamos hablando de los años entre 1995 y 1997, y por entonces la Harvard Divinity School formaba parte del Instituto de Teología de Boston, junto con la Episcopalian Theology School, la Holly Cross Orthodox School of Theology, el Boston College de los jesuitas y la Weston Jesuit School of Theology. Esto, en la práctica, significaba que en todas ellas podías hacer cross registration, es decir, a ti te daban el título de la institución con la que tuvieses el 50% de la formación y en mi caso fue Harvard, aunque cursé clases en todas las otras porque tenía un interés muy grande. Por tanto, mi primer título en teología es no-denominacional.
Esto provocó que cuando regresé a Barcelona para entrar como monja, y quise hacer la licenciatura especializada en teología católica y después el doctorado, la Facultad de Teología de Cataluña me dijo que no me podían validar los estudios porque eran de una universidad protestante. Mi reacción fue hacer el doctorado de Medicina, porque no quería sentarme de nuevo en el primer curso a que me enseñasen quiénes eran Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Posteriormente hubo un cambio en el decanato de la facultad catalana y un jesuita asumió el cargo, por lo que escribí a los jesuitas con los que había estudiado en Estados Unidos para que informaran a los de Cataluña que ellos sí me reconocerían un título. Finalmente, la facultad no me reconoció el título pero sí el derecho a hacer un examen para que demostrase mis conocimientos. Primero me pidieron hacer un trabajo de cien páginas pero luego cambiaron de opinión. Explico todo esto para dejar claro las dificultades de diálogo teológico que todavía tenemos. Al final accedieron a hacerme un examen para el que debía prepararme 50 temas, aunque sólo tendría que examinarme de uno, entre dos escogidos al azar, que fueron la ‘Pascua’ y ‘la justificación por la fe’. Escogí ‘la justificación por la fe’ porque había estudiado en una facultad mayoritariamente protestante. A partir de ahí pude hacer la licenciatura especializada en Teología Fundamental, que trata sobre el diálogo entre la fe y la filosofía, con el pensamiento contemporáneo y todas esas cuestiones que no se limitan a la discusión dogmática sino que tiene que ver con la apologética.
P: ¿Cómo ha influido esa formación protestante?
R: La perspectiva que encontré en Harvard no tenía el elemento de la institución eclesiológica como algo central, tan importante en la tradición católica, sino la búsqueda del sentido de la fe a nivel individual, que ha sido propia del protestantismo a lo largo de los años. Ese confrontar preguntando qué piensas, cómo lo vives y qué es Dios para ti. Estas preguntas también han existido en la tradición católica pero no han caracterizado su perspectiva. A mí esto me pareció liberador, muy adecuado para una fe cristiana del siglo XXI que, inevitablemente, debe tener ese componente personal.
También el estudio de las lenguas bíblicas tan a fondo. En el catolicismo también se estudia, pero el dominio del griego y del hebreo no se presupone en la teología católica si no te dedicas a ser biblista. Esta preponderancia de las lenguas originales es algo que hoy no tendría de no haber estudiado en una facultad protestante.
Cuando estaba trabajando de médica en Nueva York decidí asistir a una iglesia episcopal protestante, en lugar de católica. No es que tuviese una crisis de fe, sino que tenía ganas de abrir la mente. Allí asistí tres años y una de las grandes novedades fue ver presidir a una mujer. Yo miraba alrededor a ver qué cara hacían los hombres, por si estaban molestos, pero nadie lo parecía porque era normal. Además de ser pastora, Susan era payasa en la sección infantil de un hospital, por lo que tenía una capacidad comunicativa intensa, y para mí fue muy importante conocerla.
P: Pero no te has planteado ser protestante.
R: No. Con quince años leí el evangelio y para mí fue una experiencia de conversión. Después leí a Leonardo Boff y la Teología de la Liberación y Las Moradas de Santa Teresa y ya estaba completamente enamorada, y hasta hoy. Es como sentirme en continuidad con toda una tradición que ha sido de compromiso político con la justicia social y, después, la mística de tener los ojos abiertos y tocar el suelo con los pies. Tan sólo en un caso pensé en hacerme protestante. Concretamente cuáquera. Quedé impactada con la acción de Margaret Fell y George Fox en el siglo XVII. No he conocido nunca una comunidad cuáquera pero esa trayectoria de pioneros en el ámbito del pacifismo, en humanizar las cárceles, en la interpretación bíblica comunitaria en lugar de individual sin que esté mediada por unas estructuras de poder que quedan alejadas, en los derechos de las mujeres … todo esto me impresionó, aunque no me provocó un planteamiento serio sobre el abandono del catolicismo, que tengo arraigado al corazón.
P: Cambio de cuestión ¿Cómo ha sido la experiencia de Procés Constituent hasta ahora?
R: Desde el principio ha sido un motivo de polémica porque yo iba vestida de monja y con velo. Polémica entre algunos miembros de Procés Constituent pero, sobre todo, con otros grupos con los que entrábamos en alianza o conversaciones políticas. Había personas para las cuales, el hecho de ir vestida de monja, y serlo, era un factor de confianza, y para otras era una contradicción por el hecho de ser de izquierdas. En nuestro país hay personas a las que les parece que, por el hecho de ser de izquierdas, se debe estar en contra de las religiones en general, pero muy en concreto de las religiones opresoras, que es la visión que se ha tenido del catolicismo porque ha tenido y sigue teniendo poder. La parte más aguda de esta tensión la viví en el momento en el que dije que iría a las elecciones (al Parlament, del 27 de septiembre de 2015). Hubo personas que no lo aceptaron por pensar que presentarse a una elecciones era algo impropio de una monja. Yo no es que lo considere propio de una monja, sino que se trataba de un hecho excepcional y temporal. De hecho, esto ya había sucedido durante la transición democrática con párrocos que llegaron a ser alcaldes de pueblos. En mi caso no se trataba solamente del factor de pertenecer a una comunidad religiosa sino que también entraba el factor de ser una mujer y religiosa.
P: Y ahora, ¿encajarías en la política?
R: No. Pero tampoco encajaba entonces. No se trataba de entrar en el juego partidista, sino de promover un proceso constituyente popular. Soy muy escéptica de la política de partidos. Una democracia reducida al parlamento me parece una vergüenza. No se trata de qué partido te gusta o en cual te encuentras bien. La motivación, en mi caso, era la convicción de que en Cataluña había una oportunidad de promover una reflexión a nivel popular sobre la definición de una constitución nueva y de la relación que se quiere tener con el Estado español. Pero no la quisimos aprovechar. La idea de una democracia participativa en lugar de una democracia exclusivamente representativa está avanzando en algunos países pero supone uno de los principales retos para las democracias occidentales.
P:¿Cómo percibes los planteamientos actuales del laicismo?
R: Cuando estaba en Harvard se había puesto de moda la teología pública, que tiene que ver con que la reflexión teológica tenga lugar en el espacio público. Y yo estoy totalmente de acuerdo con este planteamiento porque también me he formado con él. Si el laicismo significa relegar la fe al ámbito privado, no porque la persona lo escoja sino porque así está regulado, creo que esto es incompatible con el cristianismo y las otras grandes religiones. Si se cree que la condición para tener una sociedad plural es que la fe esté reducida al ámbito privado, considero que esto debilita el espacio público y supone una violación en términos de derechos. Pero es que, además, es imposible que haya cohesión y desarrollo social porque esto es una sustantivización de la no-religiosidad. Es decir, desde un punto de vista de reflexión ética y política, se está construyendo una identidad artificial del ciudadano. Al ciudadano se le permite estar en el espacio público en función de los criterios que dice el Estado. Esto se acerca más a un pensamiento totalitario.
En Estados Unidos yo pasaba consulta con un compañero que llevaba yarmulke, otro con un turbante sikh y una compañera que llevaba un velo. Aquello era normal y estábamos pasando visita en un hospital público. Mostrábamos nuestras creencias en el espacio público y, para mí, era un enriquecimiento.
P: ¿Hacia dónde hay que avanzar?
R: Defiendo el carácter público de la teología y de la religión en un contexto de laicidad concebida como separación entre las instituciones religiosas y el Estado. Me interesan las argumentaciones de John Locke, acerca de lo que significa la separación entre Iglesia y Estado. Locke defiende dicha separación, pero reachaza que el Estado pueda ‘juzgar a las religiones’ aunque sea para declararlas todas igualmente válidas. Quizás lo son o quizás no lo son, mas no es el Estado quien debe determinarlo. ¿Cómo un representante del Estado puede defender con consistencia filosófica que todas las religiones son iguales? No se puede poner al Estado por encima de las religiones pero éste debe garantizar que ese debate se pueda producir sin favorecer una religión en detrimento de las demás. Creo que esta es la idea que nos puede ayudar más actualmente.
Por el contrario, tenemos la Revolución Francesa y la diosa razón, que sustantiva, en nombre del Estado, una noción del bien. Y las nociones del bien las debemos construir entre todos, en una sociedad plural, pero evitando que pueda haber esta imposición de los unos sobre los otros. Si algo necesitamos a nivel social es la motivación al sacrificio personal por el bien común, pero eso no es tan fácil de alcanzar. No se puede presuponer. A lo largo de la historia han sido motivaciones de tipo nacionales o nacionalistas o motivaciones de tipo religioso las que han provocado que se plantase cara a las injusticias. La religión ha jugado un papel en la capacidad de cohesión social. Alcanzar eso es el reto de la sociedad del siglo XXI, pero no se hace relegando la religión a la privacidad.
P: Pero la realidad no es muy esperanzadora en este momento.
R: En nuestro contexto hay una lucha de privilegios, todavía establecidos, de la Iglesia Católica con el Estado español. Todavía está el concordato con el Vaticano de 1953. Hay un gobierno que pone medallas a la virgen y que plasma la presencia pública de tal manera que recuerda a esa alianza del pasado. Por otro lado, hay ayuntamientos o representantes políticos que se rebotan contra esto y actúan de forma prepotente o discriminatoria con las religiones en general y, muy particularmente, con el catolicismo.
Es un momento interesante porque es un momento de transición. Es necesario encontrar la forma de que este debate sea público y de que sea vivo, porque es un momento en el que, como sociedad, podemos orientarnos de forma nueva. Tras un nacionalcatolicismo de 40 años donde se trataba de menospreciar a las demás religiones y tradiciones cristianas, después vino el rebote, relativo porque los concordatos todavía están ahí, y ahora estamos en un momento en el que hay voces por un laicismo que a mí no me parece positivo, porque pretende promover y defender desde las instituciones un modelo de ciudadano areligioso.