Este 23 de abril, ‘Sant Jordi’ en Cataluña, se hablará del cristianismo perseguido porque Pilar Rahola (Barcelona, 1958) acaba de publicar S.O.S. Cristianos. Un volumen en el que la periodista catalana dice compilar cinco años de documentación sobre la persecución de las comunidades cristianas en Oriente Medio, África y Asia.
En una cafetería en pleno centro de Barcelona, de esas que decoran las paredes con cuadros abstractos de entre 600 y 1.000 euros la unidad, conversamos sobre lo que ella cataloga como “genocidio”, en referencia a los ataques contra comunidades cristianas iraquíes (incluso menciona a Puertas Abiertas). Pero también hablamos sobre la situación del cristianismo en Occidente y el menosprecio al que, considera, es sometido. Para Rahola, que se declara hija de la Ilustración y aliena a cualquier creencia, “lo políticamente correcto muy vinculado al progresismo es bastante cristianófobo”. En este sentido, se muestra partidaria y reclama la participación de los cristianos en la vida pública y la interpretación de la realidad. “¿Y si resulta que la fe también forma parte de la manera de ver el mundo?”, se pregunta en mitad del ajetreo del restaurante. Mientras tanto, en las mesas de al lado nadie mira los cuadros caros.
Pregunta: ¿Por qué un libro sobre el cristianismo perseguido?
Respuesta: Es curioso cómo vas llegando a causas que acaban siendo siempre la misma causa. Ahora que estamos en el 50 aniversario del asesinato de Martin Luther King debemos recordar aquella idea suya de que todo acto de injusticia es una injusticia contra el mundo y no contra los negros, los homosexuales o las mujeres. Nos atañe a todos de alguna manera. Yo comencé a llegar a la preocupación y la ocupación y, por tanto, el estudio del fenómeno yihadista y del islamismo radical a raíz de los derechos de las mujeres. Como persona vinculada al feminismo y a la defensa de los derechos de las mujeres en mi país, empecé a sensibilizarme por la situación de las mujeres en el islam. Y a partir de aquí comencé a descubrir el fenómeno, que hace veinte años no era tan conocido, del islamismo radical, el fenómeno de su derivada yihadista, y el tema de la sharia. Pero por el camino de estos veinte años, especialmente los últimos quince, de estudio y de preocupación por el fenómeno del islam, me he ido encontrando con un fenómeno colateral que cada vez crece más. La destrucción sistemática de comunidades cristianas antiquísimas, que cuentan con 2.000 años de historia y que han sobrevivido a invasiones mongoles o turcas pero que han comenzado a desaparecer en el siglo XXI. Y este es un fenómeno que mayoritariamente lo veo conectado al crecimiento del islamismo radical. A medida que crece el fenómeno totalitario e islamista, decrece la presencia cristiana. Entonces, comencé a tener mucha información, que fui encontrando de forma colateral a lo que estaba estudiando, y comencé a crear una gran empatía sobre qué significa ser una niña cristiana siria, o siro-malabar en India, o copta en Egipto. O ser un católico filipino en Arabia Saudita, que tampoco es fácil. Comencé a tener información que voy guardando. Abrí una carpeta llamada “cristianos”, para ver hacia donde iba. Y hace cinco años decidí que el tema era tan importante y merecía un altavoz, que no había tenido hasta ahora, que yo tenía que parar el tiempo y el trabajo que estaba haciendo para hacer un libro sobre ello. Igual que la preocupación por el islamismo radical me vino por la mujer, la preocupación por los cristianos también me llegó por el mismo camino. Es cierto que, una vez hube penetrado, descubrí que el fenómeno va mucho más allá. Así fue como nació el libro. De esa empatía por causas que no son la tuya, porque no tienes esa pulsión, pero que acabas haciendo tuyas. Porque acaban siendo causas de la humanidad. Hay un derecho fundamental que es el de creencia y que está siendo vulnerado de la manera más brutal. Y soy de las que creen, al igual que Martin Niemöller, que los totalitarios nos odian a todos.
P: ¿Cómo se hace un libro así?
R: He estado cinco años buscando, hablando, leyendo. No sé si llega a ser un trabajo de investigación pero, en todo caso, es un gran trabajo de documentación. Las fuentes son diversas. Una parte importante han sido conversaciones. La otra han sido las lecturas, pero también ha sido relevante ir al territorio. Las lecturas, y lo digo con toda contundencia, son prácticamente todas del mundo anglosajón porque es ahí, y fundamentalmente en el ámbito protestante del mundo anglosajón, donde hay una alta preocupación por el tema. El catolicismo está mucho menos sensibilizado y no tiene organizaciones que monitoricen y se preocupen por el fenómeno. Ahora comienzan. Es cierto que Benedicto XVI y Francisco han alzado la voz y han mostrado preocupación, pero no hay una red de organizaciones que actúa en el territorio ayudando directamente a denunciar el tema o a salvar personas. Este es un fenómeno fundamentalmente protestante. Por ejemplo, la Comisión Internacional de Libertad Religiosa de los Estados Unidos (USCIRF, por sus siglas en inglés), que cada año publica unos informes brillantes sobre la situación de los derechos de creencia en el mundo.
De hecho hago un homenaje a Andrea Riccardi, que publicó un libro sobre los mártires en el siglo XX. Me pareció que, de alguna manera, era, humildemente, continuadora de esta denuncia de que hay un tipo de muertes que no existen. Y cuando te han matado y después no existes en la memoria, te han matado dos veces. Era necesario, por tanto, decirlo al mundo que hay gente que muere, no porque estaba en el peor sitio y en el peor momento, ni por una bala aleatoria, sino por ser cristiana. Y como tal, se ha convertido en un objetivo. Cuando esto pasa en comunidades de millones de personas, cuando estamos hablando de 200 millones de personas que ven alterados sus derechos de creencia de manera total o parcial, y que además están en peligro de muerte social, de no poder ejercer la religión, o de muerte física, ¿cómo es que no lo estamos denunciando?
P: De los casos analizados, ¿hay alguno que te preocupe más?
R: El administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, Pierbattista Pizzaballa, me dijo que el cristianismo se está modificando y me puso el ejemplo de Tierra Santa. Cuando le pregunté que cuál será el futuro de los cristianos en Palestina me dijo que no hay. Que desaparecerán. Me decía que donde nació el cristianismo, en Belén, no habrán cristianos. Me dijo que sólo habrá piedras y recuerdos.
Arabia Saudita, también, es un país durísimo donde no puedes ni ser enterrado si eres cristiano. Es el único país del mundo donde no hay ninguna iglesia, aunque hay un millón de filipinos católicos. Todo el mundo donde los cristianos están siendo acechados se está moviendo. La vida bimilenaria de caldeos y asirios en Iraq ha desaparecido de manera completa, pero todo este mundo ha ido hacia Suecia, Jordania o Sudamérica. Se ha reinventado. No perdemos fe cristiana pero sí que se pierde la riqueza cultural de 2.000 años.
El peor país, por lo que respecta a fenómeno de desaparición, es Irak. El hecho de que hayan centenares de miles de personas que no podrán volver a su tierra, o que han muerto en el camino, es una tragedia que debería asustarnos mucho. A medida que crezca el fenómeno islamista, decrecerá la tranquilidad de los cristianos. También hay fenómenos que no son islámicos, como India o Corea del Norte, que también son de primera línea de persecución. Y algo que no he tratado en el libro, pero que lo requiere, es el fenómeno de los mártires de la droga, en referencia a las comunidades cristianas de las zonas donde hay narcos y que suponen una primera línea de resistencia.
P: ¿Tú eres agnóstica?
R: No soy creyente porque soy una hija, quizá algo excesiva, de la ilustración. Creo en la duda, creo en la razón como concepto supremo de análisis de la realidad y me resulta totalmente aliena la idea de la fe. Aunque me resultaría enormemente cómoda tenerla. No me importaría ser creyente. Pero no puedes hacer trampas. Si no eres creyente, no lo eres. No te lo puedes autoimponer si miras la realidad y tienes un punto nihilista de creer que ni nos perpetuaremos ni que existe un ser superior. Te diría que prefiero mantener las dudas donde las tengo antes que poner creencias. Pero he llegado a dos conclusiones. La primera es que mi racionalismo no me permite ser creyente pero mi ética me obliga a respetar a los creyentes. La segunda es que la razón no lo explica todo. ¿Y si resulta que la fe también lo explica? Es decir, el gran fenómeno de la Revolución francesa y el enciclopedismo, que cambia el paradigma de Europa y del mundo, es que la razón lo explica todo y que la fe es una pulsión emocional que cada uno tiene en su casa. Pero ahora ya sabemos que la razón no lo explica todo. De hecho, el mundo está hecho una mierda y no se ven muchas soluciones. ¿Y si resulta que la fe también forma parte de la manera de ver el mundo? ¿Por qué no vamos a la una razón y fe en lugar de ir a la contra? A mí los creyentes me ayudan a explicar el mundo. Cuando tienes una persona que, porque cree en un mensaje de Jesús y porque forma parte de una comunidad religiosa, está jugándose la vida en situación de pobreza extrema, discriminación y ante leyes feroces, y mantiene su fe, aquello tiene una luz y una energía social que aunque no seas creyente valoras su importancia. Por tanto, creo que desde la Ilustración nos hemos equivocado si expulsamos a la fe y a los creyentes de la explicación del mundo.
P: Pero tú te enfocas en una creencia.
R: El libro no es un libro de trascendencia religiosa porque yo no lo podría hacer. Es un libro periodístico, de documentación y de denuncia de una población ingente de millones de personas que están siendo acechados porque tienen una creencia concreta. Sin ningún tipo de duda, el colectivo más demonizado en el mundo es el judío. Ya es un estigma histórico. Es evidente que, ahora mismo, ser judío en muchas partes del mundo es sencillamente imposible. Para ser justos, tendríamos que decir que están peor los judíos que los cristianos, si quieren mantener su religión en muchos países. Pero demográficamente hablando, no es comparable en absoluto. En número de personas sufriendo un acecho a los tres niveles, el legal, el social y el físico, el colectivo humano más perseguido del mundo es el cristiano, con todas sus derivadas. Si pones la lupa en países concretos, hay colectivos que lo están más que otros. Pero, en cualquier caso, estamos hablando de la fe de Cristo, que se resume en la frase que un yihadista le dice a un capellán caldeo secuestrado en Mosul, de que acabarán con el domingo igual que lo hicieron con el sabbath. La voluntad de acabar con el domingo, es decir, con los cristianos, es un objetivo tanto del yihadismo violento como del islamismo, a través de leyes, de la blasfemia, de las dictaduras teocráticas. Donde hay dictaduras, como en Corea del Norte, los cristianos sufren un acecho permanente. Donde hay leyes intolerantes, como en Pakistán, un acecho legal. Donde hay un fenómeno cristianófobo creciente, como en India o Afganistán, un acecho social. Y donde está el yihadismo, la muerte. Estos son los cuatro niveles de persecución a los que están sometidas millones de personas.
A mí me pareció importante decirle al mundo que Occidente cree que los cristianos forman parte de las élites dominantes del poder. Y que ancestralmente han sido verdugos y no víctimas. Por tanto, no tenemos la mirada del cristiano como víctima. No la aceptamos socialmente, ni es un relato que exista. Yo lo que hago con este libro es decir que el cristiano es víctima hoy. Estamos hablando de comunidades antiguas y pobres, fuera del poder, muchas de ellas viviendo en las periferias de las ciudades, acechadas permanentemente.
P: ¿Por qué crees que Occidente rechaza esa realidad?
R: Occidente mira el fenómeno del mártir cristiano como algo ajeno. Por un lado, en el subconsciente colectivo occidental, el cristiano no es víctima porque históricamente ha sido verdugo. Esto está muy arraigado. En las sensibilidades de derechas, es un mundo demasiado exótico e ignorado, y tampoco lo hacen suyo. Los coptos son gente extraña. Y los asirios ¿quiénes son? Y en las izquierdas está demonizado porque no puede ser que sean víctimas cuando son culpables. Entonces, entre unos y otros, es la víctima ignorada, silenciada. Por eso hay que añadirle luz. Nosotros, occidentales que vivimos en el primer mundo y que defendemos la carta de los derechos humanos, debemos preocuparnos porque en las escuelas de muchas zonas del Alto Nilo se tire ácido en las cruces coptas que las niñas llevan tatuadas. O que la comunidad caldea de Irak, que representaba cerca de un millón y medio de personas en el último censo de Saddam Hussein y que vienen de Santo Tomás en el siglo I, haya sido reducida a una séptima parte de lo que era. Estos son problemas nuestros. Somos copartícipes, ignorantes, silenciosos e indiferentes, de una matanza de cultura, de fe y de personas. Podemos perder con absoluta indiferencia este patrimonio cultural que durante 2.000 años ha estado intacto.
P: Hablas de un triángulo de cristianofobia formado por el martirio, la represión y el desprecio. Este último, dices, se da en concreto en algunos discursos dentro de sistemas democráticos. ¿Es el caso de Cataluña y España?
R: El libro no habla de los cristianos en Occidente porque debería ser otro libro. Tu le dices a una persona aquí que ser cristianos es un peligro y no se lo imagina. Es más, tenemos que estar contra los Rouco Varela y compañía que están haciendo política y de la salvaje. Lo ves como el poder. ¿Cómo puede ser peligroso llevar una cruz si aquí es puro poder? Era muy importante decirle al mundo occidental, en el que se vive de forma muy tranquila la fe religiosa, que existe un tema muy dramático vinculado a la fe y que habíamos decidido no ver. Por lo tanto, este libro no se ocupa de la vida de la creencia religiosa, en este caso cristiana, en Occidente porque no era el tema. No quería mezclar el drama de los caldeos con los problemas que puede tener un cristiano aquí porque podría haber sido muy frívolo. Aún así, he incluido un capítulo titulado La cristianofobia sutil donde apunto mis preocupaciones porque lo políticamente correcto se haya convertido en una forma de censura. Lo políticamente correcto ha sido muy bueno para poner sobre la mesa temas de discriminación e intolerancia. Lo que le ha dicho a la sociedad es que ser racista, homófobo o misógino no es cool. Esto es bueno, pero se ha instaurado de tal manera en la sociedad que ha empezado a ser también una forma de censura del pensamiento. Y yo detecto que lo políticamente correcto muy vinculado al progresismo es bastante cristianófobo. En tanto que entiende que, sobre todo en nuestra sociedad, el catolicismo forma parte del poder, también es muy beligerante contra este credo. Y hemos tenido ya demasiadas muestras de censura de las ideas en nombre de lo políticamente correcto.
P: ¿Entonces se persigue el cristianismo en Occidente también?
R: No. Yo este capítulo lo escribí porque una amiga me explicó que ella esconde la cruz que lleva porque no queda bien. Esto me preocupa, porque yo creo que sería muy positivo para la sociedad, en este sentido, una salida del armario de la gente que cree en Dios, puesto que quienes han hecho ese proceso de introspección espiritual son muy luminosos y aportan ideas de empatía con el prójimo, de preocupación por el servicio público. Pero creo que hay un cierto menosprecio hacia el católico y un cierto repliegue del católico hacia la iglesia, hacia la catacumba, sin que llegue en ninguna manera a la persecución. Si hablase de persecución en Occidente, banalizaría la gravedad de la palabra. La persecución se sufre en Irak o en Somalia. Aquí hay menosprecio.
P: ¿Todas las opciones políticas, ahora, avanzan hacia ese discurso?
R: En el relato público tiene un peso específico una creencia de 2.000 años de historia. En cambio, las opciones, sobre todo de izquierdas, tienden a expulsarla, como si la mirada que puede tener el cardenal de Barcelona o un líder espiritual importante, no tuviese relevancia en el relato público, cuando son los inventores del amor al prójimo, de la empatía con el otro. Todos los principios de solidaridad que después hayan podido derivarse vienen de que, hace 2.000 años, un hombre dijo que debíamos tener empatía con el dolor del otro. Los misioneros que están en todo el mundo llevan, al extremo, esta mirada al otro.