La semana de la navidad.

Se celebra en mundo “Cristiano” (parte de Europa, Estados Unidos y Canadá, América Latina, Australia, Nueva Zelandia) la semana que anticipa la navidad. Se trata prácticamente de toda una semana de fiestas y celebraciones, de regalos y comidas extras que anticipan un hecho histórico y a la vez simbólico.

La navidad (o natividad) la presentan los cristianos como el hecho histórico de la encarnación del Dios, Creador de todo lo existente para anunciar buenas nuevas que finaliza en la redención o salvación del hombre.

Y es a la vez hecho simbólico porque esa salvación se acerca a la humanidad cada diciembre con sus actos litúrgicos, ceremonias y dramas teatrales que iglesias y congregaciones presentan con la idea de celebrar y atraer a un público que cada vez se muestra no solo indiferente, sino escéptico de una historia que aparece lejana y misteriosa.

La sobria y a la vez breve historia que nos presenta la Biblia sobre la navidad, no apela a lo racional, sino a una cuestión de fe: se cree o no. No existen pruebas que puedan convencer a nadie sobre los hechos presentados en los evangelios.

Un candidato político se presentó por primera vez como candidato a la presidencia de la nación. Acuñó la frase: “ya viene la esperanza”. Y ganó la elección. Los creyentes cristianos creen en la esperanza, pero, lo que alimenta esta esperanza se basa en promesas dadas por el Creador a sus criaturas.

Esta semana –en esta serie de artículos- queremos mirar a los hechos que rodean  este evento esperados por los niños y temido por los adultos cuando las cuentas por pagar se multiplican con los regalos de precios exorbitantes que como lo dijo un comediante: regalamos lo que no podemos pagar a gente que no tiene necesidades de esos presentes.

Mientras tanto, el mensaje de los evangelios sigue resonando en villancicos, adornos y lecturas bíblicas que se repiten en comercios, medios de comunicación e iglesias: es que nos ha nacido un Salvador que el portador de las buenas noticias que las gracia de Dios se extiende a todos los que oyen el mensaje y lo reciben con gratitud en sus corazones.

El niño que descansa en los brazos de su madre –según la inspiración del pintor Rafael- no se queda ahí, sino que crece  y ya adulto, cumple con la misión de ofrecer nueva vida y esperanza a hombres y mujeres que pueden mirar a ese hecho con fe.