Juegos deportivos o multimillonarios.

5 mil millones de dólares. Esa es la cifra modesta que se cuenta sobre el dinero que generan los nuevos juegos deportivos de toda clase que se hacen a nivel planetario en el mundo. Llámese mundial de futbol o juegos olímpicos. Y son las federaciones mundiales las que se embolsan  la parte más grande.

Porque no todo va para los deportistas. Tampoco para los países –que ilusionados- invierten cuantiosas sumas en construir estadios, gimnasios, ciudadelas deportivas y todo tipo de bienes, los cuales supuestamente serán utilizados por los ciudadanos del país o de la ciudad beneficiados con gigantescas construcciones.

Las crónicas que se hace después que se cierran las pomposas ceremonias de esos eventos, dicen una historia diferente. Las ciudadelas, a veces yacen abandonadas como edificios donde una vez habitó el ser humano y ahora se ha ido, sin remitente o dirección conocida…

Y los estadios y gimnasios se usan raramente, pero no son los ciudadanos del lugar los beneficiados, sino las grandes corporaciones que no han invertido un peso, para traer allí a los artistas, músicos y similares que dicen o creen que cantan y cuyas ganancias van para esos entes sin rostro que tampoco dejan mucho en las vacía arcas de pueblos y ciudades que tratan de sobrevivir y llevar servicios básicos a sus habitantes.

Ya se han ido los tiempos cuando el slogan era “lo que importa no es ganar, sino competir”, porque hoy a las grandes firmas auspiciadoras le interesan que los deportistas ganen, para ganar ellas también en el proceso.

Como una especie de “añadamos algo al desencanto” nos hemos enterado que esos super atletas que tanto admirábamos se dopan o se inyectan todo tipo de sustancias para lograr un buen rendimiento y claro, algunas medallas que cuanto más doradas, mejor.

Y nosotros, cuando domesticados habitantes del milenio 21 nos sentamos ante el televisor para admirarnos una vez más cuando el nadador aquel o la gimnasta aquella se cuelgan muchas medallas ganadas en un ambiente que intuimos no es real, pero que aceptamos, porque después de todo, nos asombramos hasta el paroxismo con el entretenimiento que nos transporta a otro mundo, donde la realidad y la fantasía ya no son vecinas, sino que se entremezclan para darnos una nueva visión del mundo y de sus habitantes.

Es probable que sigamos mirando todo tipo de competencia o por lo menos algunas de ellas a las que somos más adictos. Pero los filtros que debemos poner corren por nuestra cuenta. Después de todo y “aunque todos nos sea lícito, no todo conviene”.

(GS, Lunes 8 de Agosto, 2016)