Por fin llegamos a la esperada Navidad. Para nosotros que observamos los eventos después de dos milenios todo nos parece muy bien organizado; como si hubiera sido programado según un libreto teatral.

Pero no desde la perspectiva de los protagonistas de la historia. Porque para José y María todo era sorpresivo, casi rayando en lo que modernamente podría describirse como actitud histérica de todos.

Había que viajar desde la comodidad de un hogar a un pueblecillo de segunda llamado Belén a lomos de un burro por senderos poco transitados con riesgos de accidentes y de otros peligros que podrían presentarse.

Con una joven mujer embarazada –de hecho a pocos días de dar luz- que necesitaba de cuidados especiales y con un marido que no sabía mucho del futuro, pero que marchaba esperando tener respuestas a sus  muchas preguntas.

Los evangelios no dan el relato breve y sin muchas explicaciones sobre lo que venía y que dejaría asombrado al mundo.

Dice Lucas, en el capítulo primero que un ángel se le aparece a María para darle un mensaje único y claro. Le dice, “no tengas miedo, pues tú gozas del favor de Dios. Ahora vas a quedar encinta: tendrás un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin”.

Las palabras siguen resonando en la mente de María, mientras llegan al pueblo, donde no encuentran un lugar donde posar. Lo único “disponible” es el espacio anexo a una casa que servía para guardar el ganado: un establo.

Y es allí, en ese lugar destacado en la Biblia, donde nace el Mesías. No hay cuna de oro, ni sedas, ni cuidados especiales.

Sí, para nosotros es navidad, porque se cumplen las antiguas profecías que anunciaban la venida al mundo del Dios encarnado cuyo propósito era lograr la salvación del hombre. Este es el mensaje de los evangelios. No mover al sentimentalismo ni a la piedad personal, sino a descubrir en la venida del Mesías la única posibilidad para el ser humano de reconciliación con la divinidad.

Esa reconciliación se plantea solo desde la óptica de Jesucristo, cuando él se presentó como camino, verdad y vida. La vida de Jesucristo, sigue y se desarrolla más allá de la infancia, porque para cumplir con su vida de servicio necesita ser un hombre adulto, no el eterno bebé que nos presentan los pesebres navideños.

La declaración más grande de la buenas nuevas es que Jesucristo amó al mundo, como para entregar su vida, de modo que todo el que creyera pudiera ser salvo.

(Guillermo Serrano, 25 de diciembre)