Cuando la autora del guión de E.T. (1982), Melisa Mathisson –fallecida de cáncer, en Los Ángeles, a los 65 años–, le presentó el libreto original al director Steven Spielberg, el cineasta le contestó: “soy judío, no quiero hablar de todo esto”. Los paralelismos del Extraterrestre con la figura de Jesús, le resultaron evidentes desde el primer momento, por el trasfondo católico de Mathisson.
La autora ganó el Oscar por el guión de la película, pero su trabajo era ya reconocido desde los años setenta. Nacida en Los Ángeles, creció en torno a ese extraño mundo que se extiende alrededor de las colinas de Hollywood. Su padre, Richard Mathisson, no se dedicaba, sin embargo, al cine. Era el encargado de la sección de religión del diario L.A. Times, antes de dirigir la oficina del semanario Newsweek en Los Ángeles.
Ella estudió Políticas en Berkeley, durante la agitación de finales de los años sesenta, pero acabó siendo guionista de Francis Ford Coppola, después de cuidar de sus hijos como “babysitter”. Escribió la segunda parte de El Padrino (1974), que es para muchos, incluso mejor que la primera. Coppola le produjo la maravillosa historia de “El corcel negro” (1979), que ella escribió para Carroll Ballard. Era otro relato con un protagonista infantil, como “E.T.” y “La llave mágica” (1995).
Melissa se casó con el actor Harrison Ford, el año después de hacer E.T., pero se divorciaron el año 2004. Lo que es un matrimonio largo, para el mundo de Hollywood. Aunque era de educación católica, le fascinó el budismo tibetano. Dice que siendo ya estudiante, pensó que sería una buena idea hacer una película sobre el Dalai Lama, pero no hizo el guión de “Kundun” (1997) hasta que conoció al personaje llevado al cine por Martin Scorsese, que se define también como “un católico fracasado”.
LA GENERACIÓN DEL DIVORCIO
Spielberg ha dicho muchas veces que la película de “E.T.” está basada en un amigo imaginario que creó, tras el divorcio de sus padres. Por eso se ha considerado esta película y hasta todo su cine, como representativo de la generación del divorcio. A partir de ese momento, muchas familias se rompen. Comienza en lo que los americanos llaman “los suburbios”, la periferia acomodada de las grandes ciudades, donde tantos niños crecieron en soledad, como el niño protagonista de “E.T.”, interpretado por Henry Thomas.
La historia empieza cuando un ser con poderes especiales viene a la tierra, para viviendo en humildes circunstancias, mostrar su compasión a unos niños, siendo amado y seguido por ellos, pero temido y mal entendido por las autoridades. El cobertizo del jardín iluminado por la luna, donde se esconde E.T., es como el pesebre bajo las estrellas.
Cuando el pequeño extraterrestre de ojos saltones demuestra su poder sanador a Elliott, le cura con su dedo resplandeciente elevado, como en la iconografía tradicional de Cristo. Devuelve la vida a las flores marchitas, justamente como Jesús mostró su poder de revocar la muerte, resucitando a Lázaro.
LA PASIÓN DE E.T.
E.T. realiza un sacrificio vital, renunciando a su unión con Elliott, cuando ambos se encuentran a las puertas de la muerte, asumiendo así en apariencia, el dolor y el sufrimiento del niño. Ya que Elliott se recupera en seguida, mientras que E.T. se debilita cada vez más, hasta que termina muriendo. Su muerte deja al niño apenado y, con palabras que podrían haber sido pronunciadas por los seguidores de Jesús tras la crucifixión: “Creeré en ti toda mi vida, E.T., te quiero”.
Tras despedirse, Elliott cierra la puerta criogénica, pero para quienes tienen ojos para ver, la “luz de su corazón” comienza a brillar en respuesta al retorno de la nave nodriza. Elliott y su hermano mayor Mike (Robert MacNoughton), roban el supuesto cuerpo muerto de E.T., que como arrastrando una mortaja –iluminado audazmente por la espalda–, sale de “la tumba” que constituye la parte trasera de una furgoneta blanca.
El niño se reúne con sus amigos, para asistir a la Ascensión de E.T. a la nave nodriza. “Quédate”, suplica Elliott, como María, intentando aferrarse a Jesús. Pero en paralelismo con la promesa final del Evangelio de Mateo, E.T. promete que no abandonará a Elliott. Con su resplandeciente y milagroso dedo, toca su cabeza, a modo de bendición, y le asegura: “estaré aquí”. Mientras le señala su corazón…
¿Qué sentido tiene todo esto?, ¿es una analogía inconsciente?, ¿o hay un mensaje encubierto? Spielberg hace bien en creer que hay una presencia benefactora más allá de las estrellas, y que hace falta fe, curiosidad y aventura, para entrar en relación con ella. Hay una vida extraterrestre que se muestra a aquellos que son como niños, tras morir y resucitar, volviendo después a su casa. Pero no nos confundamos, Cristo no es E.T. Él no está simplemente en el corazón de todos aquellos que le conocen.
LA BUENA NOTICIA SEGÚN E.T. El extraterrestre, como el Dios de la antigüedad, ha dejado de darnos miedo. Si nuestros antepasados temblaban ante la posibilidad del juicio de Dios, hoy ya no piensan en él así, ni los viejos. Por eso cuando decimos que Dios es amor, no nos engañemos, lo que la gente piensa es que si realmente existe, será alguien totalmente inofensivo. Alguien a quien no podemos temer, porque no haría daño ni a una mosca. Es como un muñeco de peluche, suave y entrañable, que da valor y confianza en la vida, pero que no supone ningún peligro.
Si no conocemos a Dios, no podemos saber a quién hemos ofendido. No es extraño por lo tanto que no veamos ya a Dios como una amenaza. Es por eso que nadie entiende de qué hablamos, cuando decimos que necesitamos ser salvos.
Jesús no es un muñeco de peluche que podamos guardar en el armario, como hace Elliot con E.T., sin que su madre siquiera lo distinga. Vemos amor en su brazo extendido, pero también la amenaza de su ira, para todo aquel que lo ignore. Aunque el abrazo de Sus brazos colgados de la Cruz, nos puede salvar eternamente.