Extraño país. No que lo extrañe, aunque sí, lo extraño. (Después de esta cantinflada, ya tienes licencia para no seguir leyendo, aun si los has intentado).
Pero me encuentro en mi país, Chile, de visita, ya que vivo con mi familia por casi 30 años en Norteamérica.
Y acá me encuentro con cambios de todo tipo. De idioma y de acento con dichos y entonación que no puedo identificar; de comidas tradicionales a semi rápidas o de intención chatarra; de vestimentas hacia una que no soy capaz de definir.
Lo más curioso: me identifican como mexicano, colombiano y hasta centroamericano (o sea, que yo también soy un extraño ente que no encaja por ninguna parte).
Y miro asombrado la torre más alta de Sudamérica en pleno centro de Santiago, que aloja tiendas de departamento con nombres y marcas europeas y americanas (y con precios ídems).
Abundan los cafés Starbucks que se llenan de estudiantes universitarios que lo estudian todo, porque existen más universidades que hospitales de urgencia. Los supermercados se atiborran de productos que no aparecen ya como exóticos, sino que se van introduciendo en la dieta de los chilensis. No, no se trata del kiwi australianos que ya tiene residencia en el país, sino de la maracuyá, los frijoles negros (que ya no resisten su nombre nativo: porotos), los plátanos machos y un sinfín de cosas para las que se necesita un diccionario y claro, un recetario para saber qué hacer con ellos.
Hay cosas, sin embargo que nos recuerdan que somos un país complicado: la nueva licencia (o carné) de conducir tiene el obstáculo de las 300 preguntas o temas que un aspirante a chofer debe dominar antes de exponerse al examen respectivo.
Ah, y en pleno centro de la capital, el domingo, después de la iglesia nos encontramos con la llega del Dakar, Sí esa carrera de motocicletas y automóviles que partieron corriendo en África hace varios años de eso y que recientemente han trasladado el evento al sur del continente (a las regiones con desierto y que implique un desafío para los carreristas). Eso ha significado un tránsito de vehículos cortado, con toda la inconveniencia que eso significa.
Pero, me imagino que eso es el precio que hay que pagar cuando un país comienza a hacerse notar como país que aspira a ser reconocido por su desarrollo, pujanza y boom económico.
La mega iglesia a la asistí el domingo debe haber cobijado unas 400 personas en su Escuela Dominical (asistí a la misma hace unos 30 años atrás acompañando a una delegación europea que me necesitaba de intérprete. Y habían unas 2000 personas.
Es que el avance económico de un país es inversamente proporcional al interés religioso o espiritual.
Jesucristo lo advirtió cuando dijo que había que cuidarse del dios mamón, ese que no hace mucho por ganarse nuestra adhesión, pero con muy poco esfuerzo se gana nuestra atención y simpatía. Tentación se llamaba antes.
Guillermo Serrano, Martes 22 de enero, 2013.