¿Por qué se rebelan los pueblos?

La pregunta con la que iniciamos este artículo no es nuestra. No. Se encuentra en el Salmo segundo del antiquísimo libro que conocemos como la Biblia. Y el encabezado no puede reflejar mejor lo que sucede en muchos países de nuestro extenso continente americano, que hoy se debate entre elecciones extremas y en virtuales protestas civiles que buscan cosas que parecen como ideales para la convivencia.

Los franceses acuñaron aquello de la libertad, igualdad y fraternidad que solo quedó como ideal ante intereses políticos y económicos que desbancaron tales proclamas. Y hoy en los países modernos se buscan más el acceso a una mejor calidad de vida que incluya derechos básicos en salud, trabajo y seguridad ciudadana.

Siguiendo las revoluciones que asolaron los Estados Unidos (1776) y Francia (1789), los países del mundo comenzaron su propia lucha de independencia de los poderes coloniales de la época. Haití (1791) fue el primer país en proclamar la libertad de los esclavos y cimentar su vida independiente. Y siguieron los demás.

Todos querían ser personas en nuestra América y que no hubiera privilegios para nadie. Pero poderoso caballero es don dinero que decidió quienes serían los que gozaría de todos los privilegios postergando a los demás, situación que hasta hoy parece ser la característica de toda una región del mundo que tendiendo todos los recursos naturales se ha autoconvencido que nunca alcanza…

Esa desigualdad en acceder a los recursos mínimos es la que vuelca a las calles a multitudes de habitantes que protestan de todo ante estados y gobiernos que se han convencido que deben defender su propia existencia apagando los legítimos clamores de pueblos cansados de vivir al margen de la vida.

Las organizaciones internacionales (ONU, OEA y todas las regionales) han probado su ineficacia cuando se trata de proponer soluciones reales ante la persecución, la opresión, los crímenes de odio y el genocidio.

¿Qué es lo que queda, entonces, a los pueblos y naciones cuando en la desesperanza salen a protestar porque, ya no pueden más?

Fue el pintor francés Gustave Caillebotte el que trató de representar el trabajo en su destacada pintura “Los acuchilladores de parqué” (Les Raboteurs de parquet, 1875). “El tema central de la pintura era la representación de unos obreros preparando el piso de madera, siendo considerado «vulgar» por la crítica, y probablemente esta fue la razón por la cual la obra fue rechazada por los jueces del Salón de 1875. En aquella época, la academia de arte solo consideraba aceptable la representación de campesinos rústicos o granjeros como la temática admisible sobre tópicos referentes a la clase obrera” (Fuente: Wikipedia). ​

El texto que citamos y que encabeza este artículo anuncia una rebelión humana contra “los designios divinos” En nuestro caso, no estamos recreando una rebelión humana contra poderes angélicos. No, solo anuncia un grito de impotencia ante poderes humanos definidos que se caracterizan por su insensibilidad ante la necesidad de otros. (¿Esta insensibilidad no será porque no solo no tienen piel, pero tampoco corazón?).

La Biblia, sí, ese antiquísimo libro habla del trabajador y su derecho básico. Y tiene una palabra de advertencia cuando la injusticia se consuma: “No exploten al que se halle en la miseria, ni le retengan su paga, ya sea que se trate de un compatriota de ustedes o de un extranjero que habite en alguna de sus ciudades. Páguenle su jornal el mismo día, antes de ponerse el sol, porque es pobre y necesita ese dinero para poder vivir. De otra manera clamará contra ustedes al Señor, y ustedes serán culpables de pecado” (Deuteronomio 24:14-15)

(Guillermo Serrano, miércoles 9 de octubre, 2019).