Eran otros tiempos. “La Iglesia” (Católica, Apostólica y Romana) era una institución creíble. Sus sacerdotes y obispos vivían y enseñaban con el ejemplo. Había “santos” (hombre y mujeres) que eran elevados a los altares como dignos de veneración porque en sus vidas habían demostrado que pertenecían a un grupo serio y con mística. Es que querían seguir a Aquel que había entregado su vida “en rescate por muchos”.
Claro, es posible que hubiera habido casos de desviación de los nobles principios porque la maldad inherente en el corazón humano podría provocar los desvíos a los que todos estamos expuestos.
Pero de pronto, la mística se ausentó y la mancha de esa palabra siniestra “pedofilia” se apoderó de una institución que está pagando un alto precio ante tanta maldad en perjuicio de los inocentes.
Es la propia Iglesia Católica Romana, en la voz y declaración de su máxima autoridad que reconoce el hecho criminal: ““La infección de los abusos clericales de menores y personas débiles – escribió el autor del artículo – revela traumáticamente la no autosuficiencia de la compañía eclesial, su incapacidad para plasmarse por sí misma como “Societas perfecta” en virtud de proclamadas y enarboladas coherencias morales. Incluso el Papa Francisco, al inaugurar la cumbre sobre la protección de los menores en la Iglesia, repitió que hay que aplicar urgentemente en todo el mundo las «medidas concretas y eficaces» para desmantelar cualquier residuo de silencio cómplice y de encubrimientos eclesiásticos ante los abusos clericales. Pero la misma raíz de ese oscuro mal deja claro que es inapropiado cualquier enfoque que pretenda “arreglar las cosas” prescindiendo de la gracia de Cristo, necesaria. Inapropiado es, pues, cualquier enfoque que apueste por acreditar como instrumentos suficientes de auto purificación los protocolos disciplinarios establecidos, vigilancia más estricta, denuncias más veloces, la represión más inmediata. O tal vez cursos de concientización, de dirección espiritual y de formación permanente” (https://www.vaticannews.va/es/iglesia/news/2019-04/abusos-menores-riesgo-donatista-vatiab.html.)
Un periodista dijo que hoy se ve a un ejército de sacerdotes marchar a los tribunales, no a defender a inocentes apresados por regímenes militares, sino que ahora marchan como acusados de crímenes contra menores, o en el mejor de los casos, acusado de encubrimiento de hechos deleznables.
Hoy, en que todo y todos estamos expuestos a las redes sociales ya no es posible ocultar pecados y crímenes. Existe la voluntad de aquellos (hoy adultos) de contar, de decir, de declarar lo que se ha mantenido en secreto por años o décadas y que ha dañado el cuerpo y la psiquis de los que han sido abusados en su niñez.
“Spotlight (conocida en Hispanoamérica como En primera plana) es una película dramática estadounidense de 2015, ganadora del Óscar a la mejor película, dirigida por Thomas McCarthy y escrita por McCarthy y Josh Singer. El filme cuenta la historia de cómo la unidad de investigación del periódico Boston Globe, llamada «Spotlight» —la más antigua en los Estados Unidos— desenmascaró un escándalo en el que la Iglesia católica de Massachusetts ocultó un número importante de abusos sexuales perpetrados por distintos sacerdotes de Boston, y por el cual el Globe ganó el Premio Pulitzer en la sección servicio público de 2003”. Fueron centenares de millones de dólares los que tuvo que pagar la Iglesia Católica Romana de Massachusetts a las víctimas de tales abusos, situación que llevó a una de la diócesis al borde de la bancarrota.
La Iglesia Católica Romana de Chile vio el descabezamiento de todos los obispos, de manera de nombrar a los que no habían estado envuelto en abusos o encubrimiento. Y la cuenta sigue para otros países.
Es una vergüenza que al lado de verdaderos hombres y mujeres nobles y de valor como el arzobispo Helder Camara, la Madre Teresa de Calcuta, Monseñor Oscar Romero, el arzobispo anglicano Desmond Tutu o el Cardenal Raúl Silva Enríquez tengamos que conocer o saber por las noticias del día de los que preferimos olvidar sus nombres y rostros porque solo merecen el castigo de los tribunales y la expulsión de la congregación que prometieron servir.
No nos ponemos aquí como ejemplos de virtud. Porque no creemos que tal característica sea natural en ningún ser humano. No, para no caer en los pecados que nos acechan, nos aferramos a la promesa de la carta a los filipenses, en la Biblia: “Porque es Dios quien los motiva a hacer el bien, y quien los ayuda a practicarlo, y lo hace porque así lo quiere”.
Y porque no sabemos cómo expresarlo mejor, nos adherimos a la antigua confesión que lo expresa mejor que nosotros: “Creemos, que esta fe verdadera, habiendo sido obrada en el hombre por el oír de la Palabra de Dios y por la operación del Espíritu Santo, le regenera y le hace un hombre nuevo, y le hace vivir en una vida nueva, y le libera de la esclavitud del pecado. Por eso, está tan lejos de ser que esta fe justificadora haría enfriar a los hombres en una vida piadosa y santa, puesto que ellos, por el contrario, sin esta fe nunca harían nada por amor a Dios, sino sólo por egoísmo propio y por temor de ser condenados. Así, pues, es imposible que esta santa fe sea vacía en el hombre; ya que no hablamos de una fe vana, sino de una fe tal, que la Escritura la llama: la fe que obra por el amor, y que mueve al hombre a ejercitarse en las obras que Dios ha mandado en su Palabra, las cuales obras, si proceden de la buena raíz de la fe, son buenas y agradables a Dios, por cuanto todas ellas son santificadas por Su gracia. A todo esto, no pueden ser tenidas en cuenta para santificarnos; porque es por la fe en Cristo que somos justificados, aun antes de hacer obras buenas; de otro modo no podrían ser buenas, como tampoco el fruto de un árbol puede ser bueno, a menos que el árbol mismo lo sea” (Artículo 24, Confesión de Fe de los Países Bajos, 1541).
(Guillermo Serrano, Miércoles 3 de Abril, 2019).