“El Salvador es el país más pequeño del continente, el Pulgarcito de América. Tan pequeño, tan pequeño es, que podría imaginarse que cupiera en el hueco de una mano”. Esta frase que se le atribuye a la Premio Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, no es de ella. Es del escritor y poeta salvadoreño Julio Enrique Ávila. Pero la Mistral quedó en la retina de muchos por haber conocido y viajado por el país centroamericano del cual quedó impresionada.
¿Y si ahora viviera la laureada poetisa y mirara a su propio país, qué diría? ¿Que el pulgarcito de América del Sur, Chile, se ha transformado en una especie de dedo irreconocible y que no calza en el cuerpo humano?
Porque “el oasis de paz” al decir del presidente chileno, más se parece a una especie de viaje al interior del purgatorio o, derechamente al infierno, en la obra de Dante Alighieri “La Divina Comedia”. Con los actos violentistas provocados por los grupos anarquista dedicados al incendio y al pillaje, que no representan la legítima protesta ciudadana, ante una clase media que ve como se diluye su salario ante alzas de precios en medicamentos, alimentos, previsión, transporte y todo lo que constituye un pasar medianamente digno en el viaje que llamamos vida.
Para miles de chilenos, fue la gota que derramó el vaso tras años de apuros mientras el país prosperaba. El miércoles, hubo disturbios por sexto día consecutivo, en los que han muerto 18 personas y que prácticamente han paralizado al país considerado un oasis de estabilidad.
“La gente salió a protestar porque siente que al gobierno le importan más los acaudalados, y que los programas sociales ayudan a los muy pobres, pero el resto de la población tiene que cuidarse sola”, dijo Patricio Navia, profesor adjunto en el Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Nueva York. “No son lo suficientemente pobres para recibir subsidios del gobierno, ni lo suficientemente ricos para recibir créditos fiscales del gobierno. Se sublevaron para que sus voces fueran escuchadas” (Revista Qué Pasa).
El sueño ha terminado para el país más rico de América al sur del Rio Bravo. Con un PIB de 27 mil dólares por habitante, Chile ha despertado a una realidad que desnuda la disparidad en el acceso a los bienes de consumo para la mayoría de sus habitantes.
Y, claro, ni los políticos ni los empresarios pudieron prever el estallido de protesta y de violencia de personas que por 40 años se mantuvieron quietas y casi sin voz ante la escalada de subida de precios y encogimiento de salarios y beneficios.
La sensibilidad e incluso la solidaridad se comienza a apagar en los seres humanos a medida que más crece el poder económico de los mismos. El pasatiempo, el lujo y hasta la codicia se pueden apreciar en cada pueblo y ciudad que legaliza el juego en salas de apuestas y casinos que parecen florecer como los hongos después de la lluvia…
Las protestas y desfiles de cientos de miles de personas a través del largo país de Chile tienen un objetivo: que se cambie el modelo económico neocapitalista por uno que distribuya de una manera justa los bienes del país. Fue Adam Smith, el llamado padre del capitalismo quien dijo: “Sentir por los demás y poco sobre nosotros mismos; dominar nuestro egoísmo y ejercer nuestros afectos benevolentes, constituye la perfección de la naturaleza humana”.
Otro pensador, más antiguo que el citado anteriormente dijo: “Diviértete, joven, ahora que estás lleno de vida; disfruta de lo bueno ahora que puedes. Déjate llevar por los impulsos de tu corazón y por todo lo que ves, pero recuerda que de todo ello Dios te pedirá cuentas”.
(Guillermo Serrano, Viernes 25 de Octubre, 2019). Texto y fotografía del autor.