En los países donde el catolicismo sentó sus reales, la semana santa o semana mayor siempre ha sido una institución, quizá más celebrada e importante que la navidad. Todo comenzaba, justamente en febrero con el Miércoles de Ceniza, cuando todo el mundo se congregaba en iglesias y parroquias para quedar marcado con esa cruz de ceniza que se impartía en la frente de cada uno, sinónimos de humillación y de guardarse de todo intento mundanal. Era además el comienzo de cuaresma, los 40 días que anteceden a la celebración de la cena del Señor (el jueves santo).
La Biblia dice que no podemos glorificar el pasado como días o tiempos menores, porque nunca podremos decirlo con un atisbo de sabiduría. Y probablemente sea cierto que antes todas estas celebraciones eran masivas (sí, incluso con aportes del estado) y afectaban a la mayoría de las personas e instituciones de un país. ¿Era eso bueno o malo? Depende. Sí, depende de algunas consideraciones sociales y morales que vienen muy bien al caso. Por ejemplo, durante la cuaresma de antes, disminuía la criminalidad, la gente se esforzaba por vivir sin pecar demasiado, y se hacían propósitos de vivir mejor o ser buenas personas. Y eso está muy bien para cualquier ciudad o pueblo, porque de crímenes y pecados estamos hartos.
¿Pero solucionaban estas fiestas religiosas los problemas de fondo que nos afectaban y afectan como sociedad? Lamentablemente no. Porque la raíz de nuestros males no radica en más o menos fiestas de tipo religioso, sino en el pecado que mora en nosotros, al decir de Pablo, el teólogo por excelencia que escribió varias de las cartas que forman parte de la segunda sección de la Biblia, el Nuevo Testamento.
Después de la Semana Santa hay que seguir viviendo. Bien, sin intentar hacerle daño a nuestro prójimo, sino procurar su bienestar. Porque eso es amar al prójimo como a uno mismo. Sí, los mandamientos y exhortaciones cristianas son a vivir cada día obedeciendo los mandatos divinos, sabiendo que si no se hace así, existen consecuencias que debemos afrontar.
Cada uno puede entender lo anterior sin mucho esfuerzo. Pero no todos pueden llevarlos a la práctica, a menos que la luz del evangelio se haya hecho vida en la mente y corazón de cada uno. Eso sólo es posible cuando la proclamación de las leyes de Dios lleva a las personas a un arrepentimiento para que la gracia de Dios se haga efectiva y el perdón divino posibilite una nueva forma de vivir.
Después de la Semana Santa la vida continúa. ¿Estás tú en la ruta diaria para caminar cada día de acuerdo a tus convicciones cristianas, porque la celebración de cualquier fiesta es solo un alto en el camino, porque el sendero sigue y se proyecta hasta el infinito?
Guillermo Serrano, Lunes 1 de Abril, 2013.