Isaías 49:8-16

EL AMOR MATERNAL DE DIOS

“Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros, y en Jerusalén tomaréis consuelo”. Isaías 66:13

Hace algún tiempo, un pastor visitó a una pareja que atravesaba una situación dolorosa: su hijo había sido condenado a cinco años de prisión. El padre, decepcionado, lo veía como una causa perdida. En cambio, la madre, con los ojos llenos de lágrimas, seguía viendo en él a su hijo querido, un buen chico que había cometido un error. Ella aún tenía esperanza en su recuperación, en su futuro. La ternura de una madre es precisamente la imagen que Dios usa para hablar de su amor por nosotros. “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15). Así de inconcebible es imaginar a Dios olvidándose de los suyos. Dios no solo no nos olvida… nos lleva grabados en sus manos. Somos como una marca imborrable, una herida abierta siempre presente ante sus ojos. Esta imagen cobra aún más fuerza cuando recordamos lo que Jesús hizo por nosotros. Después de resucitar, Él mostró a sus discípulos las cicatrices en sus manos, las marcas que los clavos dejaron al ser crucificado. No las ocultó. Al contrario, las usó como prueba de quién era y del amor con el que había amado a los suyos. Esas cicatrices son el recordatorio eterno del increíble amor de Dios. Un amor más profundo y tierno incluso que el de una madre por su pequeño hijo.

Gracias Señor, por consolarnos con tu amor y tu promesa de que nunca nos abandonarás. Permítenos celebrar cada día tu amor fiel. En el nombre de Jesús. Amén.