24 de marzo del 2023
Juan 5:19-29
¡AHORA VEO!
“Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida”.Juan 5:23
María no podía soportar el tratamiento. Había tomado una decisión: ya no presentarse a una sesión más de quimioterapia. No le quedaba más que esperar su muerte. Dios no había atendido su clamor. Parecía que Él no tenía poder, tal vez no la amaba lo suficiente como para preocuparse por su vida. Quizás ¡Él también estuviera muerto, clavado en una cruz, sin poder salvar a nadie! Muchas veces nos sentimos así frente al dolor. Dejamos de luchar. Parece que nada cambia mientras que las fuerzas se agotan. Pero Dios nunca llega tarde. Aquella mañana, mientras ella leía atentamente el evangelio de Juan, pudo comprender el amor de Dios y se dio cuenta que Dios todavía tenía un plan para su vida. Todo cambió. Fue como si la habitación se hubiera iluminado y los rayos de esperanza brillaran de nuevo. Con los ojos llenos de lágrimas, brillantes de alegría por lo que había leído, dijo: “¡Ahora veo! ¡Cristo no está clavado en una cruz! ¡Dios lo resucitó al tercer día! ¡Él está vivo y me puede ayudar a vivir también!”. La seguridad de su fe le brindó nuevo ánimo. Se levantó de la cama, abrió la puerta de su habitación en el hospital y llamó a la enfermera: “¡Quiero darme una ducha!”. Así como ella también puedes encontrar seguridad en la obra de Jesucristo. Su vida, muerte y resurrección nos aseguran la vida eterna.
Señor, muchas gracias porque sé que tu Hijo está vivo, y tiene poder para ayudarme a vivir mientras sea su voluntad. En el nombre de Jesús, amén.
Las crisis que nos llegan al alma son gigantescas. Presiones externas y temores in- ternos conspiran en nuestra contra sin cesar. Vivimos acosados por amenazas reales y también por amenazas ficticias. La vida no se da sin dolor. Nuestros caminos no están llenos de flores. No pisamos alfombras de terciopelo. Nuestra jornada se da por caminos espinosos. Sangran nuestros pies. Nuestra alma se arquea afligida. Nuestro cuerpo tiembla. Nuestras lágrimas revientan en nuestros ojos. Nos sentimos frágiles e impotentes, a veces, incluso sin fuerzas para seguir. En esos momentos necesitamos consuelo. No el consuelo superficial que viene de la tierra, sino el consuelo robusto que emana del cielo. Esta serie de reflexiones está basada en mi experiencia en el ministerio de consolación. Escribo desde el calor de la batalla, donde la gente llora, sangra y desesperadamente tiene que oír una palabra de esperanza. ¡Lee este devocionario con la sed del alma y recibe, también, un mensaje de consuelo!
Eleny Vassão
Sirve de capellán en un hospital. Es escritora, conferencista, y directora del Consejo Presbiteriano de capellanes.