23 de marzo del 2023
Salmos 34:1-10
UNA OBRA DE ARTE
“Bendeciré al Señor a todas horas; mis labios siempre lo alabarán”.Salmos 34:1
El Dr. Lothar Carlos, especialista en consejería pastoral dice: “La verdadera cura para nuestros dolores va más allá de atender solo los síntomas, implica más que un elaborado tratamiento. Requiere dejarse transformar por el fuego del sufrimiento hacia una vida más profunda y sabia: una vida que, en la fuerza y en la gracia de Dios, nos capacita a soportar nuestro dolor y el dolor ajeno sin sucumbir totalmente.” Este proceso es parecido al de un escultor y su obra de arte. El escultor proyecta la imagen que quiere tallar, trabaja cada día y el objeto comienza a tomar forma. Dios nos está moldeando. Él es un amoroso y cuidadoso escultor. Su trabajo frente al bloque de mármol es brindarle la forma a la figura allí escondida, a ser revelada por la maestría de los golpes de su martillo y cincel. Su propósito es tallar en nosotros la imagen de su hijo Jesús. “Me hizo bien haber sido humillado, pues así aprendí tus leyes” (Salmo 119:71). El secreto está en que no nos fijemos en el proceso del martillo y cincel, sino en el escultor. Entonces diremos como el profeta Habacuc: “Le alabaré, aunque no florezcan las higueras ni den fruto los viñedos y los olivares; aunque los campos no den su cosecha; aunque se acaben los rebaños de ovejas y no haya reses en los establos” (Habacuc 3:17,18).
Padre, aparta mi mirada de las circunstancias que hay en mi vida y ayúdame a ver lo que Tú estás moldeando en mi ser. En Jesús, amén.
Las crisis que nos llegan al alma son gigantescas. Presiones externas y temores in- ternos conspiran en nuestra contra sin cesar. Vivimos acosados por amenazas reales y también por amenazas ficticias. La vida no se da sin dolor. Nuestros caminos no están llenos de flores. No pisamos alfombras de terciopelo. Nuestra jornada se da por caminos espinosos. Sangran nuestros pies. Nuestra alma se arquea afligida. Nuestro cuerpo tiembla. Nuestras lágrimas revientan en nuestros ojos. Nos sentimos frágiles e impotentes, a veces, incluso sin fuerzas para seguir. En esos momentos necesitamos consuelo. No el consuelo superficial que viene de la tierra, sino el consuelo robusto que emana del cielo. Esta serie de reflexiones está basada en mi experiencia en el ministerio de consolación. Escribo desde el calor de la batalla, donde la gente llora, sangra y desesperadamente tiene que oír una palabra de esperanza. ¡Lee este devocionario con la sed del alma y recibe, también, un mensaje de consuelo!
Eleny Vassão
Sirve de capellán en un hospital. Es escritora, conferencista, y directora del Consejo Presbiteriano de capellanes.