Lucas 15:25-32
PERDIDO… EN CASA
“He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos”. Lucas 15:29
El pecado no siempre es rebelión visible… a veces es orgullo escondido. Piense en el hermano mayor de la historia: parece el hijo ejemplar. No se va de casa. No rompe las reglas. No malgasta la herencia. Pero sí rompe algo más profundo: el corazón de su padre. Mientras el padre celebra con alegría el regreso del hijo menor, el mayor se llena de enojo y amargura. Se queda afuera de la fiesta, incapaz de comprender la gracia.
Por lo general vemos al hijo menor como el “pecador” y al mayor como el “justo”. Pero Jesús nos está enseñando que ambos estaban lejos del corazón del padre, aunque de maneras distintas. El hijo menor se fue físicamente. El hijo mayor nunca se fue… pero su corazón nunca estuvo realmente cerca. Jesús está hablándole aquí a los fariseos, a los que confiaban en sus obras, en su obediencia, en su buen comportamiento. Creían que agradar a Dios era cuestión de esfuerzo, no de gracia. Y muchos —como el hijo mayor— rechazan la gracia porque se sienten demasiado “buenos” para necesitarla.
El padre, en la historia, sale también al encuentro del hijo mayor. No lo reprende. Lo invita con amor. Porque la gracia es para los que se han ido lejos… y para los que se han quedado cerca, pero con el corazón endurecido. El hijo mayor también necesitaba perdón. Y el Padre pródigo también tenía un lugar reservado en la fiesta para él.
Perdónanos, Señor, por convertir nuestra fe en un montón de reglas. Llénanos de tu gracia y de tu amor por todos. En Jesús, Amén.