Isaías 49:1-6
LUZ DE LAS NACIONES
“Poco es para mí que tú seas mi siervo…también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra”. Isaías 49:6
La Navidad es la fiesta de la luz. Velas de adviento, luces en los hogares, estrellas en lo alto… Todo nos recuerda que una gran luz ha venido a este mundo. Y es que Dios no quiso que su salvación quedara confinada a unos pocos. Desde el principio, su plan fue traer esperanza hasta lo último de la tierra.
Nuestro Dios es generoso. Su bondad brilla en cada rincón de la creación: en el aire fresco que respiramos, en la sonrisa de un ser querido, en las flores multicolores. Todo nos habla de su deseo de compartir su amor con sus hijos. Pero muchas veces respondemos a esa bondad con corazones egoístas. Así le ocurrió a Israel, un pueblo pequeño, elevado por la gracia de Dios a una posición especial. Él los llamó para ser luz a las naciones, pero muchas veces prefirieron guardar ese privilegio solo para ellos. Como el agua estancada, su vocación se volvió infructuosa.
Sin embargo, Dios no se rinde. En la primera Navidad, su amor se desplegó de manera visible y gloriosa al enviar a su Hijo, Jesucristo. En él, la luz verdadera vino al mundo. No solo para unos pocos, sino para todos los pueblos, lenguas y naciones. Celebrar la Navidad es recordar que fuimos alcanzados por esa luz. Pero también es asumir con gozo la tarea de compartirla. Hay muchos corazones aún en tinieblas. ¿Y si tú fueras el reflejo de esa luz para alguien esta Navidad?
Padre, ayúdanos a esparcir la dulce fragancia del conocimiento de tu Hijo. Que esa sea la meta de nuestra vida. En su nombre te lo pedimos, Amén.