Hechos 20:17-30
EL EVANGELIO DE LA GRACIA
“Pero de ninguna cosa hago caso…con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar
testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”.
Hechos 20:24
El apóstol Pablo se estaba despidiendo de los ancianos de Éfeso en el puerto de Mileto. Después de tres años de ministerio bendecido en la capital de Asia Menor, Pablo está a punto de partir hacia Jerusalén para llevar una ofrenda a los pobres de Judea. En esa despedida, Pablo, en uno de sus discursos más bellos, destaca tres verdades. La primera de ellas es su llamado al ministerio. Recibió el ministerio del Señor Jesús. No se llamó a sí mismo apóstol. No fue elegido por hombres. Jesús mismo lo llamó y lo hizo apóstol.
La segunda verdad es su sacrificio total. Desde que fue llamado por Jesús, Pablo dejó de hacer su voluntad o de buscar ventajas personales. No tomó en cuenta su propia vida. Estaba listo para ser arrestado e, incluso, morir por el Señor Jesús, por cumplir con su misión. Fue arrestado, azotado, apedreado y expulsado varias veces, sin embargo, nunca perdió el gozo y el entusiasmo del ministerio.
La tercera verdad es su pasión por presentar el evangelio de la gracia. Este fue el vector que gobernó su vida. Predicó el evangelio, encarcelado o libre, sano o enfermo, en abundancia o en escasez. El mensaje del evangelio ardía en su pecho y hablaba a tiempo y fuera de tiempo. Nunca detuvo su voz. ¡Nunca perdió una oportunidad!
Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya, así en el cielo como en la tierra. Por Jesús, nuestro Señor, amén.