Romanos 12:6-9
AMOR SINCERO
“Ámense sinceramente unos a otros. Aborrezcan lo malo y apéguense a lo bueno”.
Romanos 12:9
El amor y la hipocresía no habitan en un mismo corazón. La hipocresía es cubrir de barniz una madera podrida. Es embellecer un difunto y teñir de cal un sepulcro. Es hablar palabras bonitas y sentir cosas horribles. La hipocresía es esconder detrás de un discurso ferviente de amor, un frío desprecio. El hipócrita es un actor, un farsante, un mentiroso inveterado. Ofrece una imagen bonita para esconder su verdadero rostro. Posa como piadoso para esconder su impiedad. Deja fluir torrentes de amor por sus labios, pero rumia amargura en el corazón.
El apóstol Pablo es enfático: “el amor sea sin fingimiento” (RVR60). ¿Cómo es posible tener un amor así? Primero, debemos detestar el mal. Aborrecer no sólo el mal externo, visible, sino, de igual modo, el mal invisible, que se anida en los cofres secretos del corazón. Ser complaciente con el mal es rendirse a la dictadura de la hipocresía. Hacer concesiones al mal es representar en el palco de la vida el papel de un actor.
Segundo, el pasaje también exhorta a aferrarse al bien. No somos moralmente neutrales. No basta descartar el aspecto negativo; necesitamos ser militantes de las cosas positivas. Lo bueno requiere ser hecho no sólo esporádicamente, sino continuamente. ¡Debemos apegarnos a él!
Señor, tú lo sabes todo. Ayúdanos a ser personas íntegras, transforma nuestros pensamientos para que podamos aborrecer el mal. En Cristo Jesús, Amén.