Mateo 26:31-35,69-75
UN NUEVO AMANECER
“Entonces Pedro se acordó de las palabras de Jesús, que le había dicho: Antes que cante el gallo, me negarás tres veces. Y saliendo fuera, lloró amargamente”. Mateo 26:75
Hay sonidos que marcan un antes y un después. El canto del gallo, normalmente asociado al amanecer y al comienzo de un nuevo día, fue para Pedro el sonido más devastador que jamás escuchó. No fue solo un gallo cantando… fue la señal de que se había cumplido lo que más temía: había fallado a su Maestro. Pedro, el discípulo valiente, el que dijo estar dispuesto a morir con Jesús, terminó negándolo no una, ni dos, sino tres veces. Y lo hizo con palabras tajantes, tratando de desligarse por completo de Él. Luego, el gallo cantó. Y como un relámpago, la memoria y el remordimiento lo golpearon. Salió y lloró amargamente.
Pero lo más asombroso de esta historia no es el fracaso de Pedro, sino la respuesta de Jesús. Después de resucitar, Jesús no condena ni reprende con dureza. Lo busca, lo restaura, y le hace una triple pregunta que sana su triple negación: “¿Me amas?” (Juan 21:15–17). Jesús no descarta a Pedro, lo llama nuevamente y le encomienda cuidar a sus ovejas.
Nosotros también fallamos. A veces basta una frase, un gesto o una decisión para darnos cuenta de que hemos fallado. Pero el canto del gallo —ese recordatorio de nuestra fragilidad— puede ser también el inicio de un nuevo amanecer. Porque Jesús no nos abandona en la culpa. Nos busca, nos llama por nuestro nombre, y nos ofrece restauración.
Señor Jesús, perdónanos por las formas en que te hemos negado. Restáuranos y danos el poder de proclamarte como nuestro Señor y Salvador. En tu nombre, Amén.