Filipenses 2:1-11
MÁS ALLÁ DEL APLAUSO
“Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Filipenses 2:3
En lo profundo del corazón humano hay un anhelo de ser vistos, valorados y reconocidos. Queremos sentir que importamos, que nuestras acciones cuentan, que nuestra vida tiene peso. A veces, sin notarlo, comenzamos a actuar movidos por la vanagloria: buscando la mirada de los demás, ansiando sus elogios, esperando que nos aplaudan. Hacemos el bien, sí… pero con la esperanza secreta de ser reconocidos. Y cuando ese reconocimiento no llega, nos desanimamos o nos llenamos de frustración.
Pero la Palabra de Dios nos ofrece un camino mejor: la humildad.
Pablo nos recuerda que la verdadera grandeza no está en buscar nuestro lugar en el centro, sino en estimar a los demás como superiores a nosotros mismos. Y eso solo es posible cuando entendemos que todo lo bueno que hay en nosotros viene de Dios. No lo merecimos. Lo recibimos por gracia.
Y si necesitamos un ejemplo, no hay mejor que Jesús. Él, el Hijo eterno de Dios, eligió el anonimato, el servicio, el silencio… hasta la cruz. No buscó reconocimiento, sino obedecer al Padre y dar su vida por amor a nosotros. Seguirle a Él es cambiar el enfoque: de “mírenme” a “aquí estoy para servir”. Es dejar atrás el ego, para abrazar el llamado a amar, a escuchar, a levantar a otros. Es vivir con libertad, sin depender de la aprobación humana, porque ya hemos sido aceptados por Dios.
Señor, enséñanos a practicar la humildad. Transfórmanos para reflejar tu amor y tu gracia. Que vivamos cada día siguiendo tu ejemplo. Amén.