Salmo 25:1-22
EN SINTONÍA CON NUESTRO DIOS
“Señor, a ti dirijo mi oración; mi Dios, en ti confío…”
Salmo 25:1-2
La oración es un regalo maravilloso, un puente directo entre nosotros y Dios. Es el medio que nos permite agradecer por su provisión, su cuidado y su fidelidad. Pero también es donde llevamos nuestras cargas, nuestras luchas y nuestras lágrimas. En cada palabra sincera, nos acercamos a aquel que tiene el poder de escucharnos y responder.
El salmista lo expresa con claridad: "Señor, a ti dirijo mi oración". Estas palabras no solo muestran su necesidad, sino que dejan claro en quién deposita su esperanza. No busca ayuda en lo terrenal ni en recursos humanos limitados, sino en aquel que es soberano, lleno de majestad y poder. Solo de lo alto podemos esperar ayuda verdadera. Sin embargo, cuando miramos a nuestro alrededor, vemos a muchos poniendo su confianza en cosas que no pueden salvarles: amuletos, supersticiones, figuras religiosas o incluso en otras personas. El enemigo ha cegado a muchos, llevándolos a buscar respuestas en lo que nunca podrá sostenerles.
Si alguna vez la duda toca tu corazón, recuerda que la oración no es un ritual vacío, sino el canal por el cual Dios obra en nuestras vidas. La ayuda no viene de la suerte ni de esfuerzos humanos; viene solo de Dios. Y cuenta con que Dios no dejará caer a tierra sus promesas para sus hijos. Él es un Dios en quien puedes confiar “a todas horas” (Sal. 25:5).
Te damos gracias, Dios, porque cumples lo que prometes y siempre nos ayudas. Ayúdame a poner toda mi confianza en ti y hacer que vean tu poder. En el nombre de Jesús. Amén.