2 Samuel 5:1-5
DAVID, REY DE ISRAEL
“Entonces ellos consagraron a David como rey de Israel”. 2 Samuel 5:3b
El ascenso de David al trono no fue un camino fácil. Cuando Samuel lo ungió en Belén, no fue llevado en hombros hasta el palacio ni recibió la corona de inmediato. Su vida no se convirtió en un cuento de hadas, sino en una odisea de lucha y espera. Lloró en cuevas, huyó por desiertos, luchó en batallas y sufrió traiciones. Pero nunca dejó de confiar en Dios. Cada paso en el dolor, cada lágrima en la oscuridad, cada herida en la batalla era parte del proceso divino.
Dios no solo estaba moldeando a un rey, estaba transformando un corazón. Dios usó al rey Saúl externo para arrancar al Saúl interno del corazón de David. Quería que su siervo no fuera solo un monarca, sino un hombre conforme a Su voluntad. David tuvo la oportunidad de acabar con Saúl, de reclamar el trono por la fuerza, de buscar su propia justicia. Pero nunca lo hizo. Sabía que lo que Dios promete, Dios lo cumple.
Finalmente, llegó el día esperado: David fue ungido como rey de todo Israel. Esperó el tiempo perfecto de Dios y recibió la recompensa divina. Y aquí es donde esta historia se une con la tuya. Las promesas de Dios pueden parecer tardías, pero nunca fallan. Tal vez hoy sientas que has estado esperando demasiado, que el desierto no termina. Pero no te rindas. No tomes atajos, no negocies tus principios, no trates de forzar lo que Dios hará en Su tiempo perfecto.
Padre bendito, ayúdame a no desesperarme en las luchas de la vida. Confío en tu fidelidad para cumplir tus promesas. En el nombre de Cristo, amén.