2 Samuel 3:1-5
EL HOMBRE FORTALECIDO POR DIOS
“La guerra entre la casa de Saúl y la casa de David fue larga, pero mientras que la de David iba haciéndose más y más fuerte, la de Saúl se iba debilitando”. 2 Samuel 3:1
La historia de 1 y 2 Samuel es un relato de contrastes, el choque entre dos linajes, dos caminos, dos maneras de vivir. La casa de Saúl y la casa de David. Mientras la de Saúl se desmoronaba, la de David se fortalecía. Saúl tuvo un reinado trágico, marcado por la desobediencia y el orgullo. Arruinó su vida, su familia y su nación con sus propias manos. En cambio, David, con un corazón rendido a Dios, fue exaltado y su reino prosperó bajo la bendición divina.
Cuando Saúl murió, su hijo Is-boset intentó mantener su linaje en el trono, pero su reinado fue débil y terminó en traición y asesinato. Mientras tanto, David, aunque al principio gobernó solo sobre Judá, esperó en Dios y prevaleció. Finalmente, fue coronado como rey de todo Israel. Una casa terminó en ruina, la otra en gloria. La diferencia era clara: Saúl luchó sus propias guerras y fracasó. David luchó las batallas del Señor y venció. Saúl cayó ante sus enemigos. David los derrotó con la ayuda de Dios.
Pero esta historia no es solo acerca de dos reyes. También es sobre nosotros. Cada día, enfrentamos la misma decisión: vivir por nuestra cuenta, como Saúl, o rendirnos a Dios, como David. En Cristo Jesús, el Hijo de David, somos más que vencedores (Romanos 8:37). En Él, la derrota no es nuestro destino, sino la victoria. Pertenecemos a un reino que jamás será sacudido.
Padre celestial, ayúdame a pelear la buena batalla de la fe. Concede que viva con la seguridad de que en Cristo, nuestra victoria está garantizada. En su nombre oramos, amén,