2 Samuel 7:12-17
EL TRONO QUE NO SERÁ REMOVIDO
“Él me construirá un templo, y yo afirmaré su reino para siempre”. 2 Samuel 7:13
El pacto de Dios con David fue el punto culminante de su reinado. Una promesa inquebrantable, no basada en la fidelidad del hombre, sino en la fidelidad de Dios. Dios sabía que los descendientes de David fallarían. Sabía que Judá enfrentaría disciplina, que la ciudad sería destruida, que el templo sería reducido a escombros y que su pueblo lloraría en el exilio.
Y así fue. Todo parecía perdido. Pero Dios no olvida sus promesas. No solo hizo regresar a su pueblo, sino que cuando llegó el tiempo señalado, Dios cumplió Su mayor promesa. “Cuando se cumplió el tiempo, Dios envió a su Hijo…” (Gálatas 4:4). El Dios eterno, infinito, sin límites… se hizo hombre. Aquel que los cielos no pueden contener, vino a habitar entre nosotros. El Soberano del universo tomó forma de siervo y nació en un pesebre. Pero Su trono no está en la tierra. Su reino no es temporal. “Su poder será siempre el mismo, y su reino jamás será destruido” (Daniel 7:14). Los reinos de este mundo se levantan y caen. Pero el trono de Cristo permanece para siempre.
Ahora dime… ¿Conoces al Hijo de David? ¿Lo has reconocido como Rey de tu vida? ¿Has doblado tus rodillas ante Él? Porque un día, toda rodilla se doblará. Toda lengua confesará que Él es el Señor. Y Su gloria llenará la tierra como las aguas cubren el mar. El Rey ya vino. El Rey reina. Y un día, el Rey volverá.
Gracias, oh Dios, por tu misericordia. Quiero reconocerte como mi Rey y Señor. Ayúdame a llevar tu nombre a donde de vaya y a ser bendición para tu reino. En Jesucristo, amén.