Isaías 55:1-13
UNA INVITACIÓN CON EL SELLO DE DIOS
“Todos los que tengan sed, vengan a beber agua; los que no tengan dinero, vengan, consigan trigo de balde y coman; consigan vino y leche sin pagar nada”. Isaías 55:1
Hay una sed que no se calma con agua ni con logros. Es una sed del alma. Esa inquietud interior que, aunque tengamos éxito, compañía o comodidad, sigue susurrando: “Falta algo”. Tal vez la has sentido —un vacío, una desconexión con Dios, contigo mismo o con los demás. Puede aparecer como una crisis, una pregunta sin respuesta o una vida sin rumbo claro.
Y, en nuestro intento de silenciarla, buscamos alivio en muchas fuentes: relaciones, entretenimiento, trabajo, posesiones… Pero cuanto más bebemos de esas aguas, más nos damos cuenta de que no bastan. Porque fuimos creados para Dios, y solo Él puede llenar ese espacio. Como dijo san Agustín: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
Jesús lo expresó de esta forma: “El que beba de esta agua volverá a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” (Juan 4:13-14). No hay duda: solo Él puede saciar la sed más profunda del corazón humano. Él es el agua viva. No hay gurú, sacerdote o líder espiritual que pueda ofrecer lo que Cristo da, porque nadie más ha hecho lo que Él hizo: dar su vida para que tú vivas. Hoy puedes acudir a Él, tal como estás. No necesitas traer algo a cambio. Solo necesitas reconocer tu sed. Abre tu corazón y dile: “Señor, tengo sed. Te necesito”. Y su promesa es segura: te saciará con su presencia y su gracia.
Bendito Jesús, reconozco mi sed. He buscado tantas veces llenar mi alma con cosas que no pueden sostenerme. Hoy dejo atrás esas fuentes vacías y corro hacia ti. Oro en tu nombre, amén.