Lucas 3:1-20
EL EVANGELIO DADO AL PUEBLO
“De este modo, y con otros muchos consejos, Juan anunciaba la buena noticia a la gente”. Lucas 3:18
Después de cuatrocientos años de silencio profético, la palabra de Dios vino a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. La palabra de Dios no se dirigió a Tiberio César en Roma ni a Pilato en Jerusalén. No tuvo como destinatario a Herodes en Galilea ni a los sacerdotes en el templo. La palabra de Dios llegó a un hombre extraño, con hábitos extraños, en un lugar extraño. Juan el Bautista, aun siendo hijo de un sacerdote, era un profeta y su mensaje era altisonante, ya que llamaba a la gente a arrepentirse y ser bautizados para el perdón de los pecados.
Sin arrepentimiento no hay perdón ni salvación. El hombre primero reconoce que es pecador. Luego busca refugio en el Salvador. Primero, siente pesar por el pecado, luego experimenta el gozo del perdón. Primero, le da la espalda al pecado, luego recibe el abrazo de la reconciliación.
El mensaje de Juan no es el arrepentimiento y ya, sino el arrepentimiento y los frutos dignos que resultan. El evangelio que predicó Juan el Bautista deja en claro que aquellos que se arrepienten de sus pecados y creen en el evangelio son transformados y evidencian su fe por las obras. El evangelio trae cambio y transformación. El hombre no puede salvarse a sí mismo, pero una vez salvo, se convierte en una nueva criatura; todo se vuelve nuevo en su vida. ¿Alguna vez has escuchado la voz del evangelio?
Padre, me quiero abandonar las cosas pecaminosas de mi conducta; ayúdame a lograrlo para que otros vean tu gracia en mí. Por Jesús, te lo pido, amén.