Juan 19:38-42
“FUE MUERTO Y SEPULTADO”
“Allí pusieron el cuerpo de Jesús, porque el sepulcro estaba cerca”.
Juan 19:42
El viernes santo alzamos nuestra mirada hacia la cruz; hoy volteamos hacia la tumba y el cuerpo del Señor allí depositado. José de Arimatea, un discípulo secreto, pidió el cuerpo de Jesús y él y Nicodemo lo enterraron. Setenta y cinco libras de especias funerarias eran caras. Asumiendo que la muerte era el final de la historia, sí que se esmeraron en honrar a Jesús.
Reflexionar sobre la muerte de Jesús y su cuerpo sin vida no debería hacernos sentir incómodos. A menos que el Señor regrese primero, todos moriremos en algún momento. Las personas que se encargaron de sepultar con respeto el cuerpo del Señor me recuerdan a los directores de funerarias, embalsamadores y conductores de coches fúnebres. Se trata de gente cariñosa, competente en su profesión a quienes se les confía el funeral y el entierro, haciendo un trabajo que pocas personas quieren hacer, y que tiene que lidiar con miembros de la familia en un momento difícil.
Jesús ocupó nuestro lugar por completo, incluso hasta lo indigno de convertirse en un cadáver que había que lavar, embalsamar y enterrar. Cuando una niña vio a su abuela a punto de ser enterrada, gritó: “¡La abuela está realmente muerta, ¿verdad?” El entierro de Jesús dice lo mismo de nuestro Señor. Él “fue muerto y sepultado”, pero ¡ésa no es toda la historia!
Padre, te damos gracias porque Jesús no tomó atajos en este viaje. También te agradecemos que éste no haya sido el final. En su nombre, Amén.