2 Corintios 6:14-7:1
MANTENIENDO LA LIMPIEZA
“Por eso debemos mantenernos limpios de todo lo que pueda mancharnos, tanto en el cuerpo como en el espíritu”.
2 Corintios 7:1
Cuando pecamos, podemos intentar encubrirlo, pero no sirve de nada porque Dios lo sabe todo. Confesar es lo mejor para el alma. Cualquiera que entiende el poder adictivo del pecado también suspira por la limpieza del perdón, la inocencia perdida, y la integridad de cuerpo y alma. Y para eso debemos regresar a casa, volver a la presencia purificadora de Dios por medio de Jesucristo. La castidad, como la caridad, comienza en casa.
En la presencia de Dios aprendemos que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, quien lleva los gemidos de nuestra impureza ante el trono de Dios. Y Dios dice: “Estás limpio, por amor de Jesús”. Reanimados por el amor de Dios, continuamos caminando con él. No somos inocentes de nuestras pasiones y deseos, pero somos purificados por su gracia y maravillados por su asombroso perdón. Hemos sido limpiados por la obra de Jesús, quien pagó con su vida para salvarnos en cuerpo y alma.
Pero queda trabajo, porque la necedad nunca deja de invitarnos a disfrutar de los dulces robados. Ella espera que olvidemos que sus puertas conducen a la muerte (Proverbios 9:13-18). Ella es persistente, pero no está a la altura del Espíritu de Dios. Debido a que somos el templo del Espíritu Santo, podemos alejarnos de la tentación y seguir siendo limpiados de toda contaminación de cuerpo y alma.
Crea en mí, oh, Dios, un corazón limpio, y que mi espíritu y mi cuerpo estén en casa contigo. Amén.