Lucas 18:13-14
Humildad
“…ni siquiera se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho y decía: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!”.
Lucas 18:12
Nuestra cultura es hostil a la humildad. Ve a la persona humilde como un tapete: alguien que permanece callado mientras otros lo pisan. El mundo prefiere que tengamos un más alto concepto de nosotros mismos.
Pero el egoísmo es algo tan natural que aumentar nuestro amor propio dejará poco espacio para Dios, sin mencionar a nuestro prójimo. Una vida basada en la autoestima es solitaria. Es más, debido a que la humildad a menudo se confunde con la debilidad, el amante de sí mismo tiende a no perdonar a los demás.
La verdadera humildad pone todo el poder del “yo” al servicio de Dios y del prójimo. En el pasaje, el humilde recaudador de impuestos se deja en manos de la gracia de Dios cuando dice: “Dios, ten misericordia de mí, pecador”. Más importante aún, el Hijo eterno de Dios toma la forma de un siervo humilde y muere en nuestro lugar.
Cuando el amor de Dios lo dirige, la persona humilde se entrega a lo que el mundo piensa que es debilidad. Conoce por la Escritura que Dios exalta a los humildes y resiste a los soberbios. El poder de Cristo nos fortalece para amar a Dios sobre todo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. El mundo desprecia la humildad. Pero la humildad de Jesucristo ha vencido al mundo, para gloria de Dios Padre.
Señor Jesús, que tu carácter se refleje en nosotros todos los días para que tu amor y poder nos guíen en todo lo que hacemos y decimos. Amén.