2 Samuel 9:1-13
LA MESA QUE LO CAMBIA TODO
“Pero Mefi-bóset, que era inválido de ambos pies, vivía en Jerusalén, porque comía siempre a la mesa del rey”. 2 Samuel 9:13
Hay historias en la Biblia que, cuando las leemos, parecen susurrarnos al corazón. La historia de Mefi-bóset es una de esas. Desde los cinco años, su vida cambió radicalmente. De ser un príncipe con un futuro prometedor, pasó a ser un lisiado sin esperanza; no solo estaba físicamente limitado, sino también emocionalmente roto. Pero entonces, algo inesperado sucede. David manda a buscar a Mefi-bóset, quien llega temblando, esperando quizás lo peor. Pero en lugar de juicio, recibe gracia. En lugar de rechazo, es recibido como un hijo. David le devuelve sus tierras, le asegura provisión, y lo invita a comer siempre en su mesa.
Me detengo aquí porque esta es nuestra historia. ¿Cuántas veces hemos creído que no somos dignos de nada bueno? ¿Cuántas veces hemos pensado que nuestra condición —nuestros errores, nuestro pasado, nuestras cicatrices— nos descalifican del amor de Dios? Pero Dios es como David. Nosotros estábamos lejos, sin esperanza, sin fuerzas para llegar al Rey. Pero Él nos buscó. Nos trajo a su presencia y, en lugar de darnos lo que merecíamos, nos dio su gracia. Nos sentó a su mesa y nos hizo hijos.
La mesa del Rey cambia todo. Una vez que nos sentamos allí, ya no somos los mismos. En su presencia, ya no somos exiliados, sino herederos. Ya no somos "perros muertos", sino príncipes y princesas en su Reino.
Señor, gracias porque cuando me sentía indigno, Tú me buscaste. Me llamaste por mi nombre y me hiciste tu hijo. Ayúdame a vivir cada día recordando que pertenezco a tu mesa. Amén.