Lucas 2:25-35
UNA ORACIÓN DE DESPEDIDA
“Ahora, Señor, tu promesa está cumplida: puedes dejar que tu siervo muera en paz. Porque ya he visto la salvación…”.Lucas 2:30
¿Se imagina que Dios le prometiera estar vivo hasta la segunda venida de Cristo? A menos que Jesús volviera pronto, sería difícil que, con el paso de los años, su confianza en esa promesa no comenzara a disminuir. Piense, por ejemplo, en Abraham y Sara, quienes, ante el retraso de la promesa de Dios de darles un hijo, decidieron actuar por cuenta propia.
En los evangelios tenemos el relato tierno de un hombre llamado Simeón que recibió la promesa de que no moriría sin que tuviera la oportunidad de ver al Mesías. Lo único que sabemos de su vida es que era “un hombre justo y piadoso” y eso es suficiente. ¿Cuántos años habrán pasado desde que recibió la promesa de Dios? No lo sabemos, aunque por su oración, parece que Dios cumplió su promesa cuando Simeón era de edad avanzada. Fue un momento extraordinario cuando aquel ancianito pudo tener en sus brazos a Jesús, y confirmar de esa forma que Dios es fiel.
Los creyentes podemos confiar que, en Cristo, las promesas de Dios son “sí” y “amén”. Cuando contamos con esa certeza, las dificultades no nos desaniman, los tropiezos no nos detienen, y nuestra vida descansa confiada en los brazos de nuestro Dios soberano. Y de esta forma, cuando escuchemos el llamado para estar frente a nuestro buen Salvador, nos despidamos de este mundo, en paz, y con el gozo de que lo mejor apenas comienza.
Gracias, Dios, porque nunca nos abandonas. Ayúdame a vivir confiado en tus promesas y en tu amor providente. En Cristo, amén.