22 de marzo del 2023
Lamentaciones 3:21-25
SOLO UNA COSA
“Pero una cosa quiero tener presente y poner en ella mi esperanza”Lamentaciones 3:21
El profeta Jeremías fue testigo ocular de la destrucción de Jerusalén. Vio la ciudad rodeada y saqueada por sus enemigos. Vio el templo de Jerusalén quemado y la gente de la ciudad pasada al filo de espada. Hubo llanto y dolor; gemidos y lamentos. Los ancianos fueron pisoteados por las botas de los soldados caldeos y los niños arrastrados por las calles como barro. Las jóvenes fueron forzadas y las madres lloraban por sus hijos. El cuadro era de total desolación. El profeta lloró amargamente ante esta realidad dolorosa. Llegó, sin embargo, un momento en que decidió dejar de guardar en su pecho su dolor. Dejó de alimentar su alma de ajenjo y buscó en los archivos de la memoria lo que podría darle esperanza. Jeremías tomó la decisión de empezar de nuevo. Aquellos que alimentan el alma solo con recuerdos amargos se enferman. Aquellos que no se liberan del pasado y no ponen un pie en el camino del nuevo comienzo terminan siendo vencidos por el dolor. Como Jeremías, es importante tomar una decisión: traer a nuestra memoria lo que puede darnos esperanza. La única esperanza que tenemos es la misma que consoló a Jeremías: “Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad. Mi porción es Jehová” (Lam. 3:22-24).
Señor, ayúdame a mirar más allá de mis emociones, y a confiar en Tu Palabra, ¡que me consuela el alma! En el nombre de Jesús, amén.
Las crisis que nos llegan al alma son gigantescas. Presiones externas y temores in- ternos conspiran en nuestra contra sin cesar. Vivimos acosados por amenazas reales y también por amenazas ficticias. La vida no se da sin dolor. Nuestros caminos no están llenos de flores. No pisamos alfombras de terciopelo. Nuestra jornada se da por caminos espinosos. Sangran nuestros pies. Nuestra alma se arquea afligida. Nuestro cuerpo tiembla. Nuestras lágrimas revientan en nuestros ojos. Nos sentimos frágiles e impotentes, a veces, incluso sin fuerzas para seguir. En esos momentos necesitamos consuelo. No el consuelo superficial que viene de la tierra, sino el consuelo robusto que emana del cielo. Esta serie de reflexiones está basada en mi experiencia en el ministerio de consolación. Escribo desde el calor de la batalla, donde la gente llora, sangra y desesperadamente tiene que oír una palabra de esperanza. ¡Lee este devocionario con la sed del alma y recibe, también, un mensaje de consuelo!
Eleny Vassão
Sirve de capellán en un hospital. Es escritora, conferencista, y directora del Consejo Presbiteriano de capellanes.