La apostasía del apóstol Pablo

Es muy difícil sustraerse al espíritu contestatario de ciertas minorías beligerantes; son las que aceleran el proceso de disolución final del mundo (01) en el que ya transitan las mayorías. Ni las iglesias locales se libran de esta perversa influencia que viaja a bordo de la naturaleza humana caída, a causa de rebelarse el hombre contra Dios. El perfecto Plan Redentor en Jesucristo no puede ser torcido por nada ni nadie; por lo que resulta paradójico que hasta el diablo y su cotidiana maldad obedezcan a Dios (02).

Sin embargo, por pura gracia divina, siempre hay hombres y mujeres que colaboran para que la historia no sea peor de lo que es. Entre ellos destaca Saulo de Tarso quien fuera elegido para enfrentar durante muchos años situaciones semejantes a las vividas por el Señor Jesucristo en su corto ministerio terrenal. Judío de pura cepa (03), fue llamado de manera única por Dios para testificar de Su Hijo a los gentiles. Jesús glorificado apareció al encarnizado perseguidor de la iglesia como no hizo con ningún otro de sus apóstoles; pero, además, capacitó a Pablo para que padeciese con gozo por Él (04).

Está claro que el vuelco total operado en la vida de Saulo significó para sus compañeros de militancia anticristiana una traición lisa y llana. Renegar de su militancia religiosa ya era difícil de aceptar; pero enrolarse en las filas de la secta enemiga constituía una terrible ofensa. Debemos sumar a esto que los primeros convertidos por Jesucristo desconfiaban de Pablo por sus crueles antecedentes.

Para citar solo un padecimiento de Jesús similar al que sufriría Pablo, pensemos en el intento de Pedro para impedir que el Maestro fuese a Jerusalén. Comparemos la narración del ex cobrador de impuestos romano Mateo (05) con el relato del médico Lucas sobre el objeto del llamamiento que se cumpliría al pie de la letra en Saulo. El uso del plural ‘nosotros’ demuestra que el escritor del libro de los Hechos está en el grupo que anima este pasaje muy significativo por sus detalles:

“Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara. Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí. Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén. Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos. Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas. Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día. Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él. Este tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles. Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén. Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, más aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús. Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor. Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos. Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo.” (06)

Es evidente que pasaron muchos días y sitios desde Mileto, donde Pablo anunció que irá a Jerusalén. En efecto, mientras predicaban por toda la provincia romana de Asia a los paganos, la decisión de Pablo de ir a Jerusalén asombró a sus compañeros de misión. Aún sin entender por qué Pablo pondría fin a la obra misionera y arriesgaría su vida, depusieron su actitud protectora para que se hiciera la voluntad de Dios.

Ahora bien, el gozo con que fueron recibidos en Jerusalén no duraría muchos días. La iglesia recibe a Pablo y a sus compañeros, escucha las maravillas hechas por Dios entre los gentiles que reciben a Jesucristo; pero tiene un problema no pequeño: los judíos cristianos de Jerusalén siguen siendo fieles guardadores de la ley mosaica. Es lo que Lucas describe puntillosamente:

“Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos; a los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio. Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley. Pero se les ha informado en cuanto a ti, que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos, ni observen las costumbres. ¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido. Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley. Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.” (07)

Nótese que en esta cuestión de tanta importancia para la predicación del Evangelio de Cristo y el cumplimiento del propósito divino en la vida del apóstol Pablo, el apóstol Pedro, de tanta importancia en los comienzos de la iglesia, no haya sido mencionado. Por entonces, es muy posible que Pedro estuviese con Marcos predicando a los judíos que habitaban en gran número en Babilonia (08) desde donde tendría asiduo contacto con los judíos convertidos de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia proconsular y Bitinia.

En conclusión: leyendo este capítulo clave comprobamos, en primer lugar, que las consecuencias directas de la conducta ritual y legalista practicada en la iglesia en Jerusalén (09) habrían de constituirse en una bisagra en la vida de Pablo. Fue a partir de las circunstancias aquí analizadas que su ministerio a los paganos del imperio se cumpliría por medio de su encarcelamiento, su apelación, su azaroso viaje a Roma, su juicio, condena, tormentos y ejecución a manos del autoritarismo del César, el dios Sol.

En segundo lugar, comprendemos mejor que la ‘apostasía’ fue, es y será la mayor amenaza a enfrentar en todo tiempo por la iglesia que adora a Dios en Jesucristo, y es blanco del acoso satánico. El relato de Lucas es el que mejor revela la sutileza de este veneno que el diablo instila en bien distribuidas dosis en las personas que creen por tradición, no estudian en oración sus Biblias, y se esfuerzan en cumplir a rajatabla el programa eclesiástico ideado e implantado por líderes ambiciosos y avaros.

¡Cuán fácil es a los creyentes dejarse imponer normas dictadas por la sabiduría humana y el legalismo religioso, en franca oposición a la liberadora Palabra de Dios revelada en el Hijo y en las Escrituras! (10)

Preguntémonos ahora, a la luz de la Palabra escrita: ¿De qué o de quién apostató Pablo?

En el próximo artículo concluiremos analizando en el NT esta tendencia que, directa e indirectamente, amenaza la vida de los que se congregan. A la luz de la Escritura veremos si los hijos de Dios pueden caer en ‘apostasía’ y si esto es caer de la Gracia Redentora de Dios. Hasta entonces, si el Señor así lo permite.

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Notas

Ilustración: https://i1.wp.com/elradio.es/wp-content/uploads/2015/01/619_conversion_pablo.jpg

01. 2ª Pedro 3:5-12.

02. En todas las Escrituras que describen la obra del diablo siempre se comprueba que su fin es el fortalecimiento de los escogidos y el castigo de los malvados. “El dicho de Lutero, ‘el diablo es el diablo de Dios’ significa que Satanás en sus distintos roles depende de los propósitos y el consejo de Dios. Es obligado a servir la causa de Dios en este mundo y a seguir los mandatos del Todopoderoso. Hemos de recordarnos que tiene increíble poder, pero nos da satisfacción y esperanza saber que ese poder lo puede ejercer solo bajo las directrices divinas. Satanás no puede ejercer su voluntad sobre este mundo a su propia discreción y deseo.” La frase pertenece a Erwin W. Lutzer en su libro ‘La serpiente del Paraíso’ (Ediciones Moody, 1996).

03. Filipenses 3:4-6.

04. Hechos 9:10-20; “… porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre.” (16). Si Jesús fue crucificado el 3 de abril del 33, y Pablo ejecutado entre los años 58 y 67, se podría cuantificar el tiempo de su padecimiento diciendo que prácticamente sufrió la misma cantidad de años de vida terrenal del Hijo del Hombre, o multiplicados por diez los años del ministerio terrenal del Hijo de Dios. Comparar con Romanos 8:28-39; Filipenses 3:7-14. Ver más en: http://www.noticiacristiana.com/cienciatecnologia/estudios/2012/06/estudio-revela-la-fecha-exacta-cuando-jesus-fue-crucificado.html

05. Mateo 16:22,23.

06. Hechos 21:1-17.

07. Ibíd. 21:18-26. Compárese con Hechos 15:1-21.

08. 1ª Pedro 5:13. “Pedro escribe su primera epístola desde Babilonia a los extranjeros esparcidos en Ponto, en Galacia, en Capadocia, en Asia (proconsular) y en Bitinia. Pero ¿desde qué Babilonia escribe? Desde luego, ni de la Babilonia que hubo en Egipto en aquellos tiempos, ni mucho menos de la ciudad de Roma que algunos autores católicos romanos dicen que Pedro usó como seudónimo para ocultar su pontificado romano. Esta interpretación hace por cierto muy poco favor al catolicismo ya que en Apocalipsis 18 hay una terrible condenación de Babilonia, que en todos los siglos han usado los enemigos de Roma aplicándola al sistema del papado, que en algunos detalles coincide bien con el relato profético: por ejemplo donde dice que Babilonia ha hecho negocio en almas de hombres. Negamos, pues, que la Babilonia desde donde escribió San Pedro fuese Roma por dos razones: 1. Porque Pedro nunca fue obispo de Roma (véanse los argumentos referentes al caso en el libro ‘A las fuentes del cristianismo’, pp. 158-173). 2. Porque el Apocalipsis fue escrito posteriormente a las cartas de San Pedro y no hay probabilidad alguna de que el referido apóstol usara esta alusión simbólica-profética, que nadie entendería en sus días. Por esto creemos que el apóstol Pedro escribió desde la Babilonia caldea.” Enlace: http://www.apostasiaaldia.org/2015/02/a-que-babilonia-se-refiere-pedro-en-su.html

09. No deja de tener estrecha relación con este incidente la total destrucción de Jerusalén a manos de Tito, bajo el imperio romano en el año 70. A causa de ella muchos de los judíos convertidos emigraron por todo el mundo conocido de entonces.

10. La observancia de la Ley de Jehová Dios dada a Israel por Moisés, es repetida hoy por grupos que se identifican como Adventistas del Séptimo día o Sabatistas, Testigos de Jehová o Russellistas, y una variedad de grupos que se reúnen bajo el nombre de ‘iglesias’ cristianas y aún ‘evangélicas’ que mantienen aspectos rituales de la ley en muchas de sus prácticas. Este regreso a los símbolos del AT introduce una franca contradicción en el poderoso mensaje evangélico (Buenas Nuevas) que libera al pecador que cree en la persona y obra de Jesucristo (Romanos 1:16), desconoce que el Único que pudo cumplir toda la Ley), fue nuestro amado Señor Jesucristo – perfecto hombre y perfecto Dios; Mateo 5:18; 7:12; 22:40; Lucas 16:16;18:31– que “anuló el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Colosenses 2:14), se quedó con las llaves de la muerte y el Hades (sepulcro de los muertos, Apocalipsis 1:18; no confundir con ‘infierno’), resucitó y ascendió al Lugar Santísimo, donde está sentado a la diestra de Dios Padre y desde donde ejerce el dominio de todo lo creado sea visible como invisible (Hebreos 1:1-4; 4:14-16) pues “Cristo es el todo, y en todos” (Colosenses 3:11).

Importante: Todas las citas son responsabilidad del autor, así como las negritas usadas para dar énfasis al texto.

Fuente: http://protestantedigital.com/magacin/42566/La_apostasia_del_apostol_Pablo